Cómo asumir riesgos con inteligencia

El futuro es incierto. Y las decisiones se basan en nuestra anticipación del futuro. Un elemento de toda decisión es la gestión del riesgo. El sistema de anticipación que traemos de fábrica, el diseñado evolutivamente, quizá no sirva actualmente en un mundo complejo, impredecible y dinámico. Es posible que lo que sintamos subjetivamente como riesgo alto no lo sea, y que lo que nos deja fríos emocionalmente implique grandes riesgos.

Preparing for flight

Si privilegiamos el status quo –el seguir en la situación actual sin hacer cambios– también estamos tomando una decisión. Seguir haciendo lo mismo no se siente como una decisión, pero a veces es la decisión más arriesgada. Son solo las novedades, las acciones y proyectos nuevos los que alertan nuestro sistema emocional.

Hay un sesgo hacia el no hacer en contra del hacer. De ahí el refrán que tanto odio: «mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer».
Estamos constantemente tomando decisiones, tanto si somos conscientes como si no, tanto si queremos como si no. Y el riesgo es el telón de fondo de toda decisión.

Hay riesgo porque hay incertidumbre, porque no conocemos los efectos de nuestras acciones, ni los positivos ni los negativos. Y si conociéramos con certeza los resultados de nuestras acciones es posible que también nos equivocáramos sobre los efectos emocionales, sobre cómo vamos a sentirnos.

Los psicólogos dicen que somos muy malos prediciendo cómo nos vamos a sentir. Daniel Gilbert, en ‘Stumbling on Happiness’ (‘Tropezando con la felicidad’) dice que somos torpes anticipando nuestro futuro emocional.

El ejemplo paradigmático es el estudio de los ganadores de lotería y los parapléjicos: tanto unos como otros retoman en un año su nivel de felicidad previo al premio de lotería o el accidente de tráfico. Sorprendente. En esta conferencia TED , Gilbert explica lo falibles que somos anticipando los efectos emocionales de los resultados que obtenemos en la vida o de las cosas que nos pasan.

 Por tanto, doble vía de incertidumbre

  1.  Riesgo tipo I, de los resultados de nuestras acciones. En un mundo dinámico y complejo no podemos estar seguros de que nuestros esfuerzos obtengan los resultados apetecidos. Es difícil predecir, sobre todo el futuro.
  2. Riesgo tipo II, de los efectos emocionales de los resultados o acontecimientos. Hasta nos equivocamos en cómo nos vamos a sentir después de lograr algo. Podemos llegar a la cima, solo para sentirnos vacíos. O lo que parecía que iba a ser tan malo termina no siéndololo tanto. En ambos casos opera la adaptación hedónica.

Si hay tanta incertidumbre, si somos tan malos prediciendo los resultados de nuestras acciones y los efectos emocionales de estas, ¿qué podemos hacer? ¿hay algún principio o conjunto simple de reglas que nos puedan orientar en las decisiones?

 Los minimalistas intentamos simplificar y aplicar reglas sencillas, nunca perfectas aunque sí pragmáticas, que nos orienten en la jungla de opciones y sentimientos.

Asumir riesgos inteligentemente no es hacer ultramaratones o dejar el trabajo y dar una vuelta al mundo

En este blog llevo por lo menos ocho meses proclamando la necesidad de asumir riesgos, de acostumbrarme a hacer el ridículo de cuando en cuando, de atreverme a cometer errores, de salir de la zona cómoda y de confeccionar un detallado Ridículum Vitae:

El proyecto 26 (en colaboración a los lectores) , el proyecto 52 (conocer gente nueva  con un cierto toque de excentricidad en citas cuasi-a-ciegas) , el proyecto Pepito Grillo, el proyecto Aumentar los fracasos, mis ideas para fracasar con gracia, el artículo Bloguero a la carta –en que os sugería 100 artículos que escribir y luego votabais los tres que debía escribir–, o mi gélido desafío de la ducha fría.

Todas esas iniciativas han intentando, con mayor o menor éxito o fortuna,  poner en práctica una mentalidad experimental y crecimiento que acepte los fallos y abrace la incertidumbre. Pero en ningún caso he estado sometido remotamente a un riesgo físico o financiero. Quizá mi ego peligraba en muchas de esas ocasiones, pero el ego es la carne de cañón de mi espíritu y siempre estoy contento de sacrificarlo.

Habréis observado que mis experimentos son bastante «comedidos». A diferencia de otros blogueros con vidas más espectaculares, que viajan alrededor del mundo, que hacen puenting, escalada o parapente; que tienen animadas vidas sexuales y coquetean con el abismo; que  dejan sus carreras, sus amigos, familias y viajan a Vietnam; que se convierten en monjes lama o hacen ultramaratones.. A diferencia de todos ellos, mis experimentos  parecen casi infantiles o ingenuos. 

Pero no es que necesariamente  sea un acojonado, es más bien consecuencia de mi actitud minimalista y de mi sistema de gestión del riesgo:

Mis reglas para la  gestión del riesgo tipo I (de resultados acciones)

1.  No voy a morir o salir físicamente dañado. Tampoco me expongo a perder todo mi patrimonio. Ninguna decisión mía implica ponerme en riesgo físico o de quiebra.

Por poner algunos ejemplos, no viajo en motocicleta, no haría jamás parapente y cuando cruzo un paso de cebra lo hago con todos mis sentidos y en estado de alerta. Tampoco pongo mi futuro financiero en manos del director de banco «amigo de toda vida» ni compro participaciones preferentes o acciones de una sola compañía.

En cualquier decisión que tome, el peor escenario es asumible: no saldré dañado físicamente ni perderé todo mi patrimonio.

Puedo exponerme a pequeñas pérdidas, pero soy extremadamente conservador  cuando se trata de evitar los sucesos fatales, aunque tengan baja probabilidad o sean a largo plazo. Temo mucho más al azúcar y  el sedentarismo que al ridículo o el fracaso de mis proyectos.

Aunque tomes  todas las precauciones, pueden ocurrir sucesos muy negativos. Por ejemplo, a pesar de tener un cuidado tremendo respecto a los posibles accidentes de circulación, hace 5 meses fui atropellado por una moto que se salió de la calzada cuando caminaba tranquilamente por la acera. La gestión del riesgo solo disminuye la exposición a  los riesgos fatales, no los elimina.

2. El coste de la acción es bajo. Privilegio experimentos y proyectos  en los que no voy a morir, y en los que los costes de la acción son bajos. Puedo vivir durante mucho tiempo sometido a pequeñas pérdidas si eso me expone –aunque no me asegure– a posibilidades beneficiosas.

3Las consecuencias de la acción no son irreversibles. Este no es un criterio imprescindible si los dos criterios anteriores se han cumplido, pero es un criterio conveniente en el caso de costes mayores o proyectos a largo plazo. Intento avanzar a pequeños pasos, asumiendo costes moderados y mantengo la opción de abandonar el proyecto o acción si las circunstancias cambian.

4.  No intento predecir el futuro. No hago complicados planes estratégicos o programo detalladamente mis acciones. Ni se me ocurre planear mi vida. En su lugar, gestiono una red de posibilidades, me expongo a un montón de consecuencias positivas, muchas imprevisibles e improbables.  Elijo el entorno social más favorable, las actividades en las que más puedo aprender y más disfruto, y el tipo de proyectos que me sacan de la zona cómoda. Elijo direcciones en las que pueden ocurrir cosas buenas y que favorecen el aprendizaje.

5. En especial,  me expongo a los sucesos desmesuradamente positivos,  improbables y poco comprensibles tanto a priori como retrospectivamente; lo que el trader y filósofo del riesgo  Nassim Nicholas Taleb ha llamado Cisnes negros positivos. En materia de sucesos positivos soy resueltamente agresivo. 

Resumiendo

Como el futuro es difícil de predecir, mi gestión del riesgo tipo I se basa en la idea de no cometer errores fatales (soy extremadamente conservador)  y exponerme lo más posible a los sucesos inciertos positivos (soy resueltamente agresivo), especialmente a los desmesuradamente positivos aunque improbables.

¿Y qué hacer si a pesar de las precauciones y el conservadurismo  ocurre algo fuertemente negativo, si «metéis la pata» bien metida o alguna fatalidad como la de mi atropello sucede? Seguid el ejemplo de mi colega y amigo entusiasmado.com después de sufrir un accidente en la piscina (lugar peligroso al que no tememos). Es el mejor ejemplo práctico de afrontamiento que nunca he visto relatado. Quizá Victor Frankl en ‘El hombre en busca de sentido’ hace algo parecido a @entusiasmado, pero necesitó una guerra mundial, un campo de concentración y un libro de 200 páginas en vez de un accidente en la piscina  y 917 palabras.

Después reconsiderad los riesgos reales de vuestras actividades. Por ejemplo, ¿sabéis cuál es el momento más peligroso de un viaje en avión de España a Thailandia? ¿En el despegue? ¿En el aterrizaje? ¿En caso de tormenta en medio del Pacífico o el Índico?Respuesta: en el viaje en taxi desde vuestra residencia al aeropuerto. Pero casi todos tememos más a un suceso que ocurre una vez entre un millón de vuelos que uno que ocurre una vez entre menos de diez mil desplazamientos.

En cuanto a la gestión de los riesgos tipo II, o riesgos sobre los efectos emocionales de las acciones, la dejamos para el próximo artículo (el agudo lector habrá observado el uso astuto que hago del Efecto Cliffhanger).

Artículos de la serie Fracasa más, fracasa con gracia: 

FAILFracasa más, fracasa con gracia
Informe de fracasos al 14.1.13
Ridículum vitae
Mentalidad experimental y sentido del rídiculo
James Altucher y su ridículum vitae
Algunas ideas para fracasar con gracia
Cómo asumir riesgos con inteligencia
El fin justifica los miedos
TonteOrías las justas
El poder de la mediocridad
Revisión final del proyecto aumentar los fracasos
Hiperaprendizaje con primeras versiones de mierda

21 comentarios sobre “Cómo asumir riesgos con inteligencia

  1. Hay un deseo actual de hacer aparecer como ideal, la práctica del riesgo insensato. Los vuelos en parapente, los saltos en paracaídas. Extremo es el adjetivo del momento. Habríamos de pensar a quien beneficia. ¿Quizá a quien no quiere que pensemos?.
    Lo bueno de tu blog Homominimus es que las respuestas que das valen para cualquiera. Porque no todos creemos que haya que vivir en el Himalaya, dejarlo todo, adentrarse en la selva, o vivir en el polo norte. La mayor parte de la gente sólo quiere vivir bien y ser feliz. Puede que quede aburrido para hacer un anuncio. Pero es la realidad.
    Recientemente murió un conocido mío practicando vuelo sin motor. Y no estoy en contra de que la gente haga lo que desee aunque sea arriesgado. Pero me da la sensación de que muchas veces somos víctimas de la necesidad imperiosa de demostrarle a no se sabe quién, que somos no se sabe qué.
    En su momento conocí a una persona que para los riesgos innecesarios siempre decía «Torear en la plaza». Pero torear por torear, tomando solo el riesgo, y sin que de ello extraigamos ningún beneficio, no me parece el mejor camino.
    Un saludo y enhorabuena por el artículo. Creo que era muy necesario que alguien rompiera con la letanía facilona del arriésgate incondicionado.

    1. Estoy de acuerdo con la idea general del artículo pero muchas veces no se trata de demostrar algo a los demás, simplemente son endorfinas y adrenalina (que tanto nos gustan como seres humanos).

  2. Si lo que quieres son endorfinas y adrenalina las puedes obtener igualmente sin incurrir en riesgos físicos o importantes riesgos financieros. No propugno convertirme en una ameba.

    Lo que sí que me parece un poco carente de imaginación es que necesitemos el puenting o algún otro deporte de riesgo para proporcionarnos la adrenalina. A mí se me ocurren muchos otros métodos más baratos y más rápidos.

    En todo caso, hay muchas diferencias individuales. Los introvertidos tienen un umbral de estimulación mucho más bajo que los extrovertidos, y por eso suelen ser más tranquilos y no tan propensos al vuelo sin motor o las carreras de motos.

  3. Una de las sensaciones más maravillosas que puede experimentar un ser humano ocurre cuando alguien escribe de forma perfectamente estructurada lo que tú piensas intuitivamente sobre ciertas cosas. Y muchacho, lo has clavado. Muy de acuerdo con la «prudencia adrenalítica» (por llamarla de algún modo) que propugnas. ..

    Mi experiencia vital más arriesgada surgió por casualidad, cuando un día perdí el control de mi ducha hidromasaje por usar ese masaje en mis partes blandas con demasiada potencia y sin mucho control (lo cual, como se sabe, no sirve de nada). Me caí al suelo y la alcachofa, que era bastante grande, me golpeó durante más o menos quince minutos en la cabeza aprovechando que los ojos me picaban por el champú. Perdí el conocimiento y casi me ahogo. Gran parte de mi vida la he pasado buscando estas experiencias extremas, pero al final surgen solas y no son ni por asomo tan agradables como te esperas.

    Pensando seriamente en hacerme minimalista.

    Gran artículo.

  4. Soy un privilegiado, durante toda mi vida, desde que tengo uso de razón, lo que otros han buscado y encuentran, generalmente con costo dinerario, la vida me lo proporciona gratis y en abundancia…
    Tengo la percepción de que vivo en una montaña rusa, con sus subidas y bajadas, sus inclinaciones a derecha e izquierda…
    A veces estoy un poco harto…pero temo el final del viaje.
    Me dijo un doctor que era adicto a la adrenalina…
    Le respondí que la gente tiene adrenalina en la sangre y yo tengo sangre en la adrenalina, pues sin ella no soy yo.
    Un adrenalínico saludo

  5. Viendo los vídeos de TED he encontrado este de MATTHIEU RICARD –que por cierto es hijo de Jean Fracoise Revel– y que está muy bien:

  6. Muchos de los grandes «conseguidores» son extremadamente conservadores en cuanto a tomar riesgos. La tendencia al riesgo al tuntún no creo que lleve a ningún sitio.
    Por poner un ejemplo, Warren Buffet, una de las personas más ricas del planeta que empezó prácticamente de cero es tremendamente conservador en sus inversiones y, aún así, saca más de un 20% de rentabilidad anual con sus negocios. Este tío tiene dos reglas, la primera «No pierdas dinero» y la segunda «Recuerda siempre la primera regla».
    Saludos

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