La sabiduría popular y cualquier libro de autoayuda te dirá que una vez que estás con energía y entusiasmado con algo, has de sacar partido a la ola de positividad que te inunda, subirte y cabalgar sobre ella para aprovecharla al máximo.
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Mi propuesta es justo la contraria: cuando te sientas bien, en la cima, pensando que estás en vena y estás verdaderamente motivado, es el momento adecuado para suspender el trabajo y dejar la tarea entre manos para después.–
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Método de trabajo de Ernest Hemingway
Esta idea la aprendí de Hemingway. Él trabajaba regularmente todos los días, pero elegía siempre el mejor momento, cuando mejor estaba escribiendo y más fluido se sentía, para abandonar el trabajo:
La mejor manera [de escribir] es siempre parar cuando estás haciéndolo bien y cuando sabes que es lo que ocurrirá después. Si hace esto todos los días… nunca te quedarás bloqueado
–Ernest Hemingway
Una persona orientada a resultados, un overachiever, te diría que es un desperdicio de energía el desaprovechar la oportunidad de dar el máximo cuando te sientes al máximo. Parece obvio que es justo en ese momento cuando debes redoblar los esfuerzos, ir a por todas, correr la milla extra, dar el todo por el todo, echar el resto, dar el 110%, etc.
Pero lo contraintuitivo puede ser lo más inteligente. El principio de más es mejor, al que estamos tan acostumbrados, puede ser en este caso –como en otros muchos– un pensamiento cortoplacista o miope.
La técnica de Ernest se basa en la misma treta psicológica que emplean las series de televisión o los culebrones (el efecto cliffhanger): cortan en el momento más interesante de la trama para que vuelvas después de la publicidad o el próximo día a la misma hora.
Nosotros solemos hacer justo lo contrario en nuestros esfuerzos: cortamos cuando la motivación decae o nos empezamos a cansar. Cuando la motivación aumenta, redoblamos los esfuerzos. Es lo natural, pero más adecuado sería dejarlo en un momento álgido, para asegurarnos de que volveremos con ganas y lo antes posible y recobrar esa sensación. Es una cuestión de ritmo, de generación y mantenimiento de momentum en nuestros proyectos.
Para un novelista como Hemingway –un maratoniano de las letras– era más importante el asegurarse que mañana y pasado mañana estaría trabajando que el escribir 200 palabras más al final del día.
La autorregulación es una capacidad clave en los escritores debido a su esfuerzo solitario durante largos periodos de tiempo, sin ver resultados inmediatos, sin jefes que los controlen y muchas veces sin plazos de entrega. Además, un verdadero creador no puede esperar un flujo creativo continuo ni por supuesto planificarlo. Lo máximo que puede hacer es asegurarse de que estará ahí sentado delante de la hoja de papel. Como dijo Woody Allen: “El 90% del éxito en la vida es hacer acto de presencia”; y como Picasso confirmaba: “La inspiración existe, pero te encuentra trabajando.”.
Hemingway llevaba un recuento de las palabras que escribía durante el día en un cartón según decía “para no engañarme”. Los números apuntados podían ser 450, 575, 462, 1.250, 512… Parece que su estrategia era producir un número mínimo de palabras todos los días y para ello mantenía un ritual muy estricto de trabajo: siempre empezaba a la misma hora del día a trabajar. Los días en que las cifras eran mayores era porque al día siguiente se iba de pesca o caza y no podría escribir lo previsto. Con esto se aseguraba un flujo constante de trabajo.
Dejarlo en el mejor momento y paradigma del velocista
Esta estrategia además concilia muy bien el paradigma del velocista (intensidad alta seguida de recuperaciones) con el tipo de trabajo propio de un escritor y de cualquiera que viva con proyectos a largo plazo.
En principio puede parecer que la forma de trabajar de un novelista es extenuante y más parecida a la de un maratoniano que a la de un velocista. Ciertamente, en las largas distancias la continuidad es más importante que la intensidad aislada en un par de días. La inspiración y el depender de las musas quizá sea más propio de los poetas –los velocistas de la literatura– que de los novelistas, que necesitan de años y hasta décadas para concluir sus obras.
Pero con su estrategia de dejar la escritura en el mejor momento, Ernest aumentaba la probabilidad de volver al trabajo al día siguiente. Además, lo haría con más energía, pues hasta entonces generaría expectación y ganas, y emprendería la nueva jornada con intensidad y foco, justo en la manera en que un velocista inicia una nueva serie de entrenamientos.
Fijémonos que no sólo lo dejaba en un buen momento, cuando las cosas estaban saliendo bien; también sabía por dónde seguir, conocía el siguiente paso a tomar, lo dejaba «cuando sabes que es lo que ocurrirá después». Así era más fácil retomar la escritura de la novela o el cuento.
En el eslabón perdido entre la intención y la acción vimos que el principal problema de la autorregulación estriba en que los valores que uno se propone para el futuro pueden no ser sentidos durante todo el camino.
Cuando iniciamos el proceso de creación buscamos que algo que no existe llegue a la existencia, y para ello estamos dispuestos a iniciar el camino… pero iniciar es fácil, como escribió Rilke: “Todos los inicios son hermosos”. La dificultad no reside en iniciar, en tener las intenciones, sino en mantener la acción durante largos periodos de tiempo sin recoger los frutos ni sentir los valores que uno espera obtener de esa creación.
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Artículos de la serie «pon un tomate en tu vida»(técnica pomodoro):
Técnica pomodoro Técnica pomodoro y minimalismo existencial Apología de la técnica pomodoro Técnica de las cero alternativas La pausa es bella La pausa es bella y el cliffhanger Lo que podemos aprender de Hemingway Técnica pomodoro y atención plena
Estupendo post. Por «extraña» sincronicidad apareció en mi correo cuando estaba atascado a la hora de escribir una novela (de forma caótica) y me aportó la información que necesitaba para enfrentarla de forma metódica.
Sólo añadir que Hemingway aplicaba el minimalismo a la hora de construir una frase y en la misma trama.
La frase. Según él, aprender a escribir es aprender a borrar, a resumir: eficacia, sin intentar ser virguero (eso para los ensayistas), que si cuentas algo con diez palabras intentes hacerlo en ocho o menos.
Y en cuanto a la trama elaboró la teoría del iceberg. Transcribo sus palabras aquí abajota:
“…yo siempre trato de escribir de acuerdo al principio del témpano de hielo. El témpano conserva siete octavas partes de su masa debajo del agua por cada parte que deja ver. Uno puede eliminar cualquier cosa que conozca, y eso sólo fortalecer el témpano de uno. Es la parte que no se deja ver. Si un escritor omite algo porque no lo conoce, entonces se abre un boquete en el relato.”
¡¡¡Saludos!!!
Ofreciendo un contrapunto a este método y basándolo en mi experiencia personal creo que no se tiene en cuenta los «costes fijos» de alcanzar un pico de productividad.
Me refiero al hecho de que llegar a un momento de alto rendimiento no es fácil de alcanzar ya que supone siempre un tiempo de baja productividad y un esfuerzo de concentración inicial. Si después de haber realizado esa inversión inicial no la aprovecho al máximo y abandono, sé que tendré que volver a realizarla y mi productividad será menor y por tanto no estaré utilizando mi energía de manera adecuada.
Puede ser que el método que propones sea aplicable para tareas que asumimos inicialmente (y debemos evitar caer en el desánimo o la frustación) o con las cuales no nos encontramos motivados pero tengo mis dudas en las actividades que hacemos habitualmente o que más nos gusta realizar.
Quería dar un matiz. En el fondo, me gusta el planteamiento y por mi experiencia sé que cuando trato de «exprimir» ese momento dulce, finalmente lo pago con otros días de desgana o agotamiento. Pierdo la continuidad. Pero no puedo dejar de pensar en dos hombres célebres que trabajaban justo al revés. Se cuenta que Newton, cuando le venía una buena idea a la cabeza, podía estar horas e incluso días sin pensar en otra cosa, concentrado hasta el extremo de olvidar comer e incluso dormir. Y el otro ejemplo que me viene a la cabeza era Edison. Otro caso de concentración extrema en sus inventos con larguísimas jornadas de trabajo. Edison había comentado a veces que lo que le diferenciaba de los demás era que mientras otros piensan en sus hijos, sus momentos de ocio, pasatiempos y mil cosas, él no. El pensaba de modo obsesivo y 90 y mucho % en su creación. ¿Como conjugamos esto? ¿No nos valen los esquemas de estos dos genios a los simples mortales?
Balzac escribía con un gato reposando en sus rodillas y eso no implica que para escribir como él haya que hacerse con un bichejo de esos. Fuera de bromas, supongo que lo verdaderamente importante es buscar la forma en la que nos sintamos cómodos a la hora de crear (un hombre de ciencia es tan creativo como un escritor). Sólo hay una ley inmutable que solemos ignorar, que el trabajo mental, al revés que el físico, se autosabotea con el esfuerzo; por eso cuando nos encabezonamos en recordar un nombre no podemos, salvo cuando nos relajamos y pensamos en otra cosa. Quizás Newton y Edison se sentían cómodos dándose esos palizones y ese hábito de trabajo les venía como anillo al dedo. El caso es que a lo mejor, sólo a lo mejor, si hubieran «perdido» algo de tiempo relajándose, sus hallazgos hubieran surgido mucho antes. Quizás.
En cuestiones de creatividad, tengo que decir que la contemplación, el dejar el trabajo, el «no hacer nada», es fundamental para la asimilación y la incubación.
Esos espacios o momentos en los que dejas descansar la mente, en que pasas quizá a otra actividad, en los que aflojas la tensión son esenciales.
Lo de Edison era muy stajanovista, y dado lo experimental de su trabajo –basado mucho en la prueba y el error– podría ser que tuviera esas jornadas. En cuanto a Newton, es cierto que cuando le preguntaron que como descubrió la ley de la gravedad, él respondió que «pensando constantemente». Pero creo que aquí el «pensar» implicaba un tipo de actividad mental no únicamente concentrada y deliberativa; incluía una actividad también contemplativa, no centrada, en la que jugaba con las ideas de una manera no propiamente lógica y racional.
Un trabajo de alta intensidad deliberativo y concentrado no es posible mantenerlo durante diez horas al día. El descanso y la contemplación es tan importante como el pensamiento propiamente dicho y la intensidad. Es muy posible que la mente siga trabajando a un nivel inconsciente cuando hemos dejado el trabajo.
Estoy con Strigoiu en que cada uno hemos de buscar la forma de trabajar y crear que se adapte más a nosotros. Para mí es fundamental el conocer los propios ritmos y aprender qué es lo que funciona dado el tipo de trabajo que realizamos y nuestra idiosincrasia; descubrir esto es cuestión de años, no de recetas.
Proporcionaba la técnica de Hemingway como una técnica contraintuitiva que tiene mucho sentido y que funciona para mantener la motivación y el compromiso en el largo plazo, por encima de las subidas y bajadas anímicas. Pero es una simple propuesta que podéis probar experimentalmente y decidir qué validez tiene para vosotros en el contexto de vuestro trabajo y vuestra particular manera de ser.
Lo que se puede aprender de Hemingway es que lo mejor es pegarse un tiro
Tuve un maestro que utilizaba esa técnica. Cuanto más motivada y enganchada estaba, me mandaba a casa. Siempre dije de él que era el mejor maestro que tuve. Me ha encantado entender por qué funcionaba el método. Lo cierto es que volvía cada noche con muchísimas ganas de aprender. Es una experiencia más. Gracias