Estructura del yo desde el punto de vista de la voluntad

Platón describía a la mente humana, el alma, dividida en tres partes:  un auriga que conduce un carro alado con  procelosos caballos, uno blanco y otro negro, cada uno con una naturaleza distinta. El blanco es la parte «irascible» positiva, cuyo impulso es elevarse hacia los ideales;  el negro, el caballo malo, es la parte «concupiscente» del alma humana, que tira del carro en sentido contrario, hacia lo más bajo, el mundo de lo sensitivo y lo material.  El auriga, con tales caballos frecuentemente en conflicto,  se las ve y se las desea para llevar el carro a un buen destino.

 

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El budismo es una tradición milenaria que algunos consideran más una higiene mental que una religión. La doctrina budista incluye un conocimiento de la mente muy profundo y rico, con descripciones y distinciones sobre el aspecto fenomenológico de la mente tremendamente finas. Algunos definen al budismo como una ciencia de la realidad interna; es posiblemente  la doctrina tradicional más cercana a nuestra actual ciencia cognitiva y psicología.

Uno de los caballos de batalla de la práctica budista  es el dominio o la doma de «la mente de mono», que se interpone en el camino hacia el satori o el nirvana. La mente de mono es indómita.  Como esta desvinculada de los propósitos más altos o nobles, hay que adiestrarla laboriosamente.

 

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‘Keep your distance’, por Bob Prosser en flickr: https://flic.kr/p/5Rg7Kw

 

En este blog hemos dedicado toda una «reencarnación» de noventa días-años al Curso de atención plena, que promovía desarrollar mediante prácticas y mini-meditaciones informales una mayor presencia en nuestras propias vidas, más consciencia y menos reactividad.

Hace dos semanas, dentro de nuestro Curso de Salud Minimalista, propuse  el Reto de Meditación 10×10, como una pequeña introducción a la meditación formal. No he hecho referencia a toda la carga metafísica que lleva el budismo en sus distintas escuelas porque sus técnicas tienen utilidad para cualquier persona con independencia de sus creencias religiosas (o ausencia de ellas).

Algunas tradiciones  religiosas, en especial las animistas y más primitivas, han externalizado lo malo que llevamos dentro y lo han atribuido a demonios, posesiones infernales o malos espíritus. El vudú, por ejemplo, emplea rituales para ganarse el favor de los buenos espíritus y expulsar a los malos.

En las religiones judeo-cristianas el mal es parte de la dual naturaleza del hombre. El alma humana es el campo de batalla de una eterna lucha entre la vida y la muerte, lo divino y lo maligno, entre los malos y los buenos ángeles de nuestra naturaleza. El Yo  es el mismo espíritu humano o alma que, dotado de libre albedrío, puede  elegir el camino correcto o el equivocado.

Pero el mal en el cristianismo no se representa generalmente como una fuerza externa que se apodere del hombre, como en las posesiones diabólicas, que exigen la práctica del exorcismo (la Iglesia católica siempre se ha mantenido muy reacia o renuente a estas prácticas), sino que es más bien una parte integrante de la naturaleza humana.

La creencia en el pecado original representa esta concepción de lo malo que hay en el  hombre en lucha con lo bueno o divino, que se alberga en él solo como posibilidad, no como necesidad. También es un antídoto contra el orgullo de un hombre que quiera ser como Dios o se considere libre de mancha. En la religión católica el orgullo es uno de los peores pecados capitales, pues es el origen e incitador de otros muchos.

Freud llamó  “Ello” a  la parte del subconsciente que alberga el deseo de gratificación inmediata movido por el principio del placer, que no piensa en el futuro o en las consecuencias y que es mutable, proteico. La otra parte en discordia es el “Superego”, una interiorización de las normas o reglas sociales. El “Ego” es el ente que media entre ambos bandos y se rige o actúa según el principio de realidad. Intenta negociar el encaje de los deseos en el mundo social y el mundo físico para sobrevivir y prosperar.

Las grandes obras de la literatura universal y las comedias de situación y otros productos populares de entretenimiento reflejan una y otra vez la eterna tensión entre el presente y el futuro, entre los deseos buenos y los malos, entre la parte racional e irracional, entre la razón y el corazón, entre las ansias del individuo y las normas de la sociedad.

 

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‘Late for work’, por Dawn Yilmaz en flickr: https://flic.kr/p/962DXd

 

En comics y tebeos, una representación popular y habitualmente humorística  de la dualidad del hombre está en  el pequeño demonio y el pequeño ángel que aconsejan de manera conflictiva ante una decisión al  protagonista.

El famoso libro de Robert Louis Stevenson, El extraño caso de Dr. Jeckyl y Mr. Hyde (Hyde en inglés suena igual que «hide», que significa escondido u oculto), es la versión de la Inglaterra victoriana sobre la pugna entre el bien y el mal. Una interpretación considera que esta novela nos alerta contra la tentación de atribuir el mal a entes externos a nuestra personalidad: si no queremos o soportamos  ver las fuerzas del mal dentro de nosotros podemos usar el mecanismo de represión freudiano y proyectar todo lo malo en algo externo: un grupo social, otros seres humanos, una ideología, etc.

 

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Otra metáfora, empleada por Jonathan Haidt en The Happiness Hipothesis, describe la mente humana como la interacción entre un elefante, la parte automática, caprichosa y variable, y un jinete con una vara, que  dirige como puede al elefante. La religión, como defenderé extensamente en un próximo artículo, puede ayudarnos mucho a adiestrar el elefante y entrenar al jinete.

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El jinete: el cerebro verbal y pensante. El elefante: el cerebro automático, emocional y visceral.

 

Daniel Kahneman, premio Nobel de economía, en su muy recomendable libro Pensar rápido, pensar despacio presenta esa misma distinción distinguiendo entre los procesos rápidos e intuitivos y los procesos más lentos y secuenciales del cerebro, alojados en el córtex prefrontal; los llama sistema 1 y sistema 2, de forma aséptica , sin connotaciones morales o valorativas.

Neurociencia

Los neurocientíficos han encontrado correlatos cerebrales de esta estructura de la mente o del “alma” humana: una zona, a veces llamada cerebro reptiliano, sede de los comportamientos reflejos como la respiración y el gobierno de las partes más automáticas del cuerpo humano; una segunda parte,  el sistema límbico, que es la parte que tenemos en común con otros animales, en especial los mamíferos  y que evolutivamente apareció más tarde y que alberga los centros emocionales del cerebro, como la amígdala, que tiene que ver con las respuestas de miedo, o el hipocampo, relacionado con la formación y consolidación de recuerdos.

Por último, está el córtex, en especial el córtex prefrontal, que alberga las funciones de dirección o ejecutivas del cerebro y que es mucho más reciente en la historia evolutiva; de hecho, es esta parte la que nos hace plenamente humanos y nos distingue de otros animales cercanos.

El córtex nos permite calcular las consecuencia de nuestros actos y negociar los distintos cursos de acción. No es el míster Spock de Star Trek, ente puramente lógico sin conexión con las emociones, ya que su correcto funcionamiento depende de los circuitos que le conectan con el cerebro emocional. Es más, un córtex prefrontal con los circuitos de conexión con el sistema límbico dañados pierde gran parte de su eficacia.

 

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Mr. Spock podría ser una imagen para la inteligencia de un robot o de un sistema informático, pero no de  la inteligencia humana, que depende de sistemas valorativos-emocionales que le permitan decidir entre distintos cursos de acción  y simplificar sus procesos de decisión.

Antonio Damasio, en el Error de Descartes, relata un famoso caso en la historia de la  neurociencia, el de Phineas Gage , un trabajador en la construcción de vías del ferrocarril que fue herido en una explosión cuando una barra de hierro le atravesó el cráneo destruyendo parte de su córtex  prefrontal.

 

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Photograph by Jack and Beverly Wilgus of daguerreotype from their collection. – Own work

 

Milagrosamente sobrevivió y durante un tiempo pareció que podía llevar una vida normal; hasta que se empezaron a advertir cambios importantes en su carácter que le volvían irreconocible ante familiares y amigos. Estudios con pacientes con daños en el córtex prefrontal muestran resultados similares.

Damasio teoriza que la  parte planificadora o ejecutiva del cerebro necesita de inputs emocionales (los llama “marcadores somáticos”) para poder funcionar y que la versión dualista cartesiana de la mente humana es errónea desde el punto de la neurociencia: razón y emoción no son estructuras cerebrales separadas o en oposición, sino que más bien han de actuar coordinadamente y conectarse para su correcto funcionamiento. La razón es emocional o sintiente  y la emoción está llena de razones o puede ser influenciada por los argumentos o reinterpretaciones de la realidad.

La voluntad como gestión inteligente de los motivos

José Antonio marina, el filósofo español  adopta una visión más fenomenológica y alude a la  forma que los sucesos mentales se presentan en nuestra subjetividad. Ha llamado a la parte instintiva y más emocional, YO OCURRENTE, o también inteligencia computacional. Su acción es dirigida –o moderada, en casos más difíciles– por el YO EJECUTIVO (o YO NEGOCIADOR),  el Director General del cerebro, que es capaz de anticipar, imaginar, calcular cursos de acción y mediar entre los distintos deseos contradictorios y conciliarlos en planes coherentes;  de ahí lo de “YO NEGOCIADOR”.

Marina considera que la inteligencia humana es una inteligencia computacional transfigurada por los proyectos, por las visiones que el yo se propone, y que en parte también tienen su origen en el YO OCURRENTE.

Es decir, la inteligencia humana es una inteligencia creadora, que permite transcender la esclavitud del instinto y los automatismos y elevarse sobre sí mismo “a lo Münchaussen”, como el heroe literario alemán que se saca de la ciénaga en la que estaba atrapado con su caballo tirándo de su propia coleta y liberándose (a él y al caballo) de la prisión del barro.

 

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Esta es la paradoja de la inteligencia humana: partiendo de mecanismos deterministas (reflejos, instintos, mecanismos automáticos) es capaz de autodeterminarse, escapar al determinismo  de la biología, proponerSE fines ilusionantes y organizar la acción en persecución de ellos.

Un mecanismo inteligente, que nosotros hasta el momento hemos llamado voluntad o capacidad de autorregulación, es  lo que nos permite gestionar los motivos o los deseos y decidir en qué momento cuál ha de prevalecer.

La voluntad es un sistema inteligente de gestión de los motivos; es la motivación transfigurada por la inteligencia creadora.

Esto es importante, pues habitualmente se considera que la voluntad es algo rígido, frío, impuesto por condicionamiento social, casi castrante,  que niega lo natural, lo espontáneo, las emociones o los deseos. Pero la voluntad lo que realmente hace es gestionar los diversos motivos –a veces contradictorios– para poder dotar al yo de una acción coherente que le permita alcanzar metas que valora emocionalmente y que se logran a través de proyectos.

Después de todo, el bloqueo o inhibición de un deseo solo puede hacerse conscientemente si oponemos otro deseo. La voluntad y la inteligencia creadora humana nos permiten elegir los deseos que han de prevalecer, priorizarlos  y darles vida  a través de proyectos que organizan nuestra acción a lo largo del tiempo.

 Una gestión inteligente de los motivos nos permite iniciar proyectos estimulantes –pero cuyos beneficios solo experimentaremos en el largo plazo–, mantener el propósito a pesar de las dificultades y decidir cuándo hemos alcanzado la visión propuesta.

Algunas anomalías de la voluntad como la  procrastinación, o la dificultad para renunciar a los deseos urgentes presentes en favor de un bien más  grande futuro (los seres humanos tenemos una “tasa de descuento temporal” muy grande dirían los economistas), o nuestra lucha para comportarnos de manera decente, nos recuerdan que el aprendizaje de la voluntad no es algo solo de niños.

 

«Ulysses And The Sirens by Léon Belly» de Léon Belly - Léon Belly (1827–1877). Disponible bajo la licencia Public domain vía Wikimedia Commons - http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Ulysses_And_The_Sirens_by_L%C3%A9on_Belly.jpg#mediaviewer/Archivo:Ulysses_And_The_Sirens_by_L%C3%A9on_Belly.jpg
«Ulysses And The Sirens by Léon Belly» de Léon Belly – Léon Belly (1827–1877).                         Disponible bajo la licencia Public domain vía Wikimedia Commons

 

La voluntad como gestión inteligente de los motivos  es una habilidad  que podemos desarrollar a lo largo de toda nuestra vida. Responde a una condición existencial del hombre:  la de estar siempre debatiéndose entre las sirenas de las ganas y el puerto lejano de  valores y metas deseables pero que necesitan de tiempo, esfuerzo y suerte para llegar a existir.

8 comentarios sobre “Estructura del yo desde el punto de vista de la voluntad

  1. «La voluntad como gestión inteligente de los motivos». Lo has clavado.
    La mente emocional, es primitiva, mecánica y rápida. Esta especializada en la supervivencia. La mente racional es lenta y solo funciona esporádicamente en momentos de consciencia, por eso decimos que la voluntad es débil y por eso intentamos con gran dificultad desarrollar la atención plena.
    La solución es lo que Homo Mínimus llama gestión inteligente de los motivos. Hacer que las emociones = motivaciones trabajen a nuestro favor. Un ejemplo es el compromiso público, donde utilizamos los negativos «tengo que» como motivación programada para crear un hábito positivo.
    Pero tarde o temprano nos quedamos sin motivación. Últimamente pienso que el entrenamiento debe ser tan fácil y tan interesante que no necesite motivación, (persuasión).
    Entonces, la gestión inteligente consistiría en saber organizar el entrenamiento existencial, nuestro diario quehacer.

  2. Si hay que elegir no hay duda: las sirenas. 😉

    Como siempre, tratas un tema que tengo en mente o sobre el que he leído últimamente.

    Como complemento de lo que dices, una frase con la que me topé ayer (traducción libre):

    «Ve a tu pecho, llama a su puerta y pregúntale a tu corazón que hizo ahora». ___William Shakespeare___

  3. Buen artículo Homominimus.
    Los hombre tenemos la gran ventaja de poder actuar desde la voluntad. Y elegir. Entender cómo nacen los deseos creo que ayuda a dirigirlos hacia donde queremos nosotros. Y creo que todos nacen siendo sueños que convertimos en fantasías y, si nos recreamos en ellas,pasan a ser ilusiones. Si dejamos que las ilusiones aniden en nosotros, se transformarán en deseos. Y los deseos adquieren sentido cuando somos capaces de transformarlos en acciones.
    Creo que podemos educar nuestra voluntad. Es un aprendizaje gradual. Poco a poco, repitiendo pasos. La fortalecemos también diciendo no, negándonos por ejemplo placeres inmediatos, realizando algún que otro sacrificio… Así tendremos una voluntad fuerte y recia. Creo que también de vez en cuando es bueno darse algún que otro capricho y relajarse…no exigirse tanto y disfrutar aunque nuestra mente nos esté diciendo » no lo hagas».
    Saludos

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