Rozamientos cotidianos

Esta mañana, cuando me dirigía a una entrevista profesional y salía de la boca del metro, una chica de alrededor de uno cincuenta y cinco de altura, unos veinte años de edad, tres meses y ocho días, y con una carpeta azul en la mano se acercó a mí, «¿Tienes un minuto?», «No, no tengo un minuto, voy con prisa» [Esto es «Tengo 1.440 minutos hoy, pero no quiero malgastar ni uno contigo»].

Ahí podría haber acabado la cosa, pero la chica no se resignó a que no conversara con con ella y por tanto no tuviera la mínima probabilidad de convertirme en socio de su ONG y ganar su comisión; cuando me marchaba me espeta un irónico y voz en cuello «Se ve que tienes cara de solidario». Entonces me paré, volví sobre mis pasos y…

Solidario responsabilizándote del hambre en el mundo


¿Qué hice?

Digo: «¿Por qué dices eso?, ¿no te parece que prejuzgar el carácter de los demás cuando te dicen que no es algo infantil?». Se queda callada. Prosigo: «Cuando tú sales por las noches de fiesta, más de uno y de dos moscones se acercarán a ti, te dirán algo, y tú, con cara de más o menos fastidio, con más o menos educación, intentarás quitártelos de encima. Bien, pues eso te acaba de ocurrir: tú eres ahora la moscona, la tía poco agraciada que nadie quiere y que viene a importunar. Acéptalo y vive con ello. Si no lo aceptas, cambia de profesión.»

Otra de sus compañeras de fatigas, con la misma carpeta, pero con pelo muy corto al estilo LGTBIQ y con cinco centímetros menos que la otra hobbit, había oído nuestro intercambio anterior, se une al grupo y se queda a unos pocos pasos, como intentando defender a su colega. La miro de reojo, mientras vuelvo a reconvenir a su compañera : «Yo soy solidario con mis amigos y mi familia, pero, a diferencia de ti (en este momento, la señalo con el dedo índice), no soy solidario a comisión».
La chica replica casi de inmediato –pero lánguidamente y con dos o tres tonos por debajo de sus palabras anteriores–: «Los médicos ayudan a la gente y también cobran…». Digo: «Cobran y no son más solidarios que el fontanero o el conductor de autobús, que también hacen su trabajo y cobran por él».

Ella: «No tienes corazón».

Me acerco un poco más, lentamente, buscando las palabras adecuadas, le digo: «Mira, aquí acaba nuestra plática; como tengo un gran corazón y hoy me siento compasivo –que no solidario– no te voy a decir de qué tienes tú cara». La chica arruga el hocico, me mira con gesto de enfado, y hace como que va a decir algo, pero no lo dice. Me doy la vuelta y la dejo ahí plantada.

¿Qué debería haber hecho?

Obviamente, no lo que hice.

Debí:

  • Recordarme el verso de Rabindranath Tagore y repetirlo de tal manera que resonara en las bóvedas de mi cráneo: «Sé como el sándalo, que perfuma el hacha que le hiere».
  • Parar, respirar tres veces, y decir para mis adentros, de manera muy tranquila y musical: «El cielo está enladrillado, quién lo desenladrillará, el desenladrillador que lo desenladrille buen desenladrillador será».
  • Sonreír fugazmente y con gesto compasivo.
  • Alabar a la chica de la carpeta azul: «Tu comprometido y solidario trabajo es una gota en un océano de dolor y miseria, pero una gota que faltaría a ese océano si tú no estuvieras».
  • Sin esperar respuesta, mientras la ninfa solidaria se recupera, finalizar con un «Ten un buen día, ángel de luz».
  • Retomar el camino y seguir andando con la serenidad y calma con la que un anciano chamán rema en su canoa sobre un río de asfalto.

Moraleja

Todos los días están llenos de este tipo de pequeñas e innecesarias fricciones que es conveniente eludir, circunvalar, allanar.

Un minimalista de nivel avanzado hubiera reaccionado con mucha más calma y mesura de lo que yo lo hice esta mañana. Su personalidad aerodinámica hubiera empleado el pequeño rozamiento del comentario fuera de lugar de la vendedora para entrenar sus habilidades de comunicación y su compasión.

Ergo, no soy un ser de luz minimalista.

Paz.

Desconexión digital de trabajadores: las victimitas pidiendo ayuda a papá Estado

He tenido noticia recientemente de varias iniciativas de desconexión digital del trabajo en España y otros países europeos. Curiosamente, no en países asiáticos o en Estados Unidos, pero esa es otra historia.

La propuesta es que uno no debería estar sujeto a comunicaciones de trabajo fuera del tiempo oficial de trabajo, principalmente en fines de semana y noches, pero la iniciativa se extiende a cualquier momento en el que uno no esté presencialmente en la oficina. Quieren imponer por ley bajo sanciones y penas que un asalariado no pueda ser alcanzado digitalmente fuera del trabajo.

Me resulta curioso y sintomático de una sociedad de llorones, de perros de Paulov con indefensión aprendida y deseosos de amo,  que se tenga que recabar el auxilio de la ley y el Estado para hacer una cosa que cualquiera puede hacer por sí mismo: apagar el móvil o el computador.

Si no quieres recibir mensajes, apaga tus trastos digitales.  O al menos no los respondas. O comunica a tus compañeros y jefes que ellos pueden escribirte pero que no responderás en horas fuera de trabajo.

Se me dirá que el pobrecito trabajador no tiene opción y tendrá que hacer lo que le diga su jefe. Yo digo que sí tiene opción: irse del trabajo si su jefe o empresa no aceptan que no esté  localizable o no responda hasta el día siguiente de trabajo. Al menos, puede negociarlo. Si no lo hace es porque para él no tiene tanto valor el ocio sin interrupciones y no disponible para las demandas laborales.  Quiere ahorrarse la negociación y que sean otros los que impongan la ley a sus empleadores.

Lo mismo ocurre con la gente que dice no poder prescindir de su teléfono inteligente y su conexión wifi 24/7. Pueden hacerlo, es fácil desconectarse, terriblemente fácil: basta con no llevarse el teléfono cuando sales de casa o desactivar correo, redes sociales y demás. Los que no lo hacen es porque no valoran lo suficiente su tiempo sin estímulos digitales.

Vivimos en una sociedad de victimitas que no son capaces de tomar las riendas de sus vidas, que siempre esperan y exigen que sea el Estado y su coacción organizada los que le saquen sus castañas mentales del fuego digital.

De todos modos, aunque la iniciativa legal prosperara y consiguieran prohibir que un compañero o jefe se comunique con un trabajador, no creas que ese tiempo libre se va a dedicar a algo productivo vital o existencialmente, lo más probable es que lo dediquen  a subir más fotos de comidas y a ver más videos de gatos, mientras sus hijos inatendidos e inatentos yacen delante de una pantalla viendo dibujos de Pepa Pig.