El superfacha no nace, el superfacha se hace
Debo irme ya corriendo
voy a hacer cosas de fachas
Ya sabes, irme a la cueva
y pulir un par de hachas
El superfacha no nace, el superfacha se hace
Debo irme ya corriendo
voy a hacer cosas de fachas
Ya sabes, irme a la cueva
y pulir un par de hachas
Hay dos temas de conversación que las buenas costumbres y la educación proscriben: la religión y la política. Por lo tanto, hoy voy a hablar sobre ellos.
La religión, según dice un amigo mío, ya no interesa a nadie, ni siquiera es un tema polémico, es simplemente indiscutido por aburrido e irrelevante, al menos en la esfera pública en la Europa occidental cuando se refiere a la religión católica o el cristianismo en general.
La política, en cambio, desata pasiones, y por eso mismo las reglas de urbanidad prescriben con más razón todavía evitar los temas políticos. El debate político racional y respetuoso es la esencia de la cultura democrática, pero las convicciones políticas son defendidas hoy en día con más fe arrojadiza que las religiosas y por eso uno debería pensárselo dos veces antes de sacar un tema de conversación que tenga que ver con la política.
La ventaja de no vender nada en este blog (por el momento) es que podría pasar por encima de las buenas costumbres y las reglas de urbanidad. Mi ventaja es que no tengo a nadie a que contentar para conseguir su favor monetario.
El capitalismo suaviza el carácter y evita los temas polémicos que pueden predisponer negativamente al potencial consumidor. Al estar este blog fuera de la esfera de intereses monetarios, me podría permitir ofender impunemente a una buena parte de la audiencia de este blog con mis opiniones religiosas y políticas, que puede que no sean muy convencionales o generalmente aceptadas.
Hablar de religión o política en este blog podría resultar chocante, fuera de contexto, podría tocar el centro de la identidad de mucha gente y lograr por fin mi objetivo declarado —y parcialmente impostado— de que te des de baja definitivamente del blog.
Después de todo, entras a este blog para mejorar tu vida, no para que te adoctrinen o te violenten con opiniones políticas o ideología extraña.
Sin embargo, a pesar de lo que puedas pensar, este blog es también sobre religión y política, sobre los medios que tiene el ser humano de lograr una mejor vida en un entorno social donde debe encontrar los medios de coordinación y cooperación con otros seres humanos.
Los blogs similares al mío, minimalistas o no. propugnan una ética de la autonomía, del individuo intentando mejorar su vida de manera esencialmente independiente y desprovisto de —o al menos no sujeto a— valores transcendentes o políticos. Es la ética liberal del vive y deja vivir, sin mayores complicaciones; es la ética del haz lo que quieras mientras no hagas mal a nadie o interfieras con los planes o valores de otras personas, que probablemente serán distintos en una sociedad pluralista como la nuestra. Esta ética es simplificadora, realista, pragmática y podemos decir que también minimalista, al menos en un sentido superficial. En todo caso, es profundamente actual y la corriente principal hoy en día, no tanto en las creencias y valores declarados por la gente como en las creencias y valores practicados por la gente.
Los asuntos sociales nos exceden, nos superan y están fuera de nuestra esfera de control y de influencia, es por eso que mi prescripción minimalista existencial ha sido casi siempre tomar como dado el entorno social, político y religioso, y adaptarse a él: no maldecir el territorio sino hacerse con un buen mapa de él y usarlo para navegar las vicisitudes vitales de la manera más aerodinámica posible. Es por esto que gran parte de mis escritos tratan de productividad, efectividad y organización personal
Pero junto a la ética individual, liberal y relativamente desvinculada, existen otras variantes éticas valiosas que también deberíamos tener en cuenta: la ética de la comunidad y la ética de la divinidad o quizá la ética «desde» la divinidad. Estas dos éticas o filosofías morales son necesarias y aportan dimensiones morales fundamentales para comprender, entender y dirigir convenientemente la acción individual y colectiva.
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Hay un libro muy recomendable que te podría ayudar a comprender mucho mejor la psicología del debate político actual y los fundamentos evolucionistas y morales de él: La mente de los justos, del psicólogo moral Jonathan Haidt. Desde un punto de vista psicológico y evolucionista explica el meollo del escenario político y el profundo impacto de las emociones para configurarlo.
Este libro es una admirable síntesis de psicología social, análisis político y razonamiento moral. Mejor que cien años de lectura de periódicos o de blogs y opiniones superficiales y apresuradas, este libro te ayudará a comprender por qué el mundo social de la política y la religión es como es y por qué no deberías apresurarte a desechar los sentimientos religiosos, ideológicos, nacionalistas o de pertenencia a una comunidad cultural.
En esencia, Haidt explica que el ideal democrático del discurso racional o racionalista como forma de dirimir conflictos y favorecer el consenso se convierte en racionalización de emociones y predisposiciones previas al discurso: defensa del grupo o identidad, de la comunidad con la que uno se identifica y convicciones religiosas o ideológicas. Los argumentos, la mayor parte de las veces, son soldados, armas arrojadizas para defender y justificar las posiciones propias, no medios de exploración o descubrimiento.
Pero no me entiendas mal, cuando Haidt explica —y yo reconozco— la función de las emociones y el sentimiento de pertenencia a una comunidad, no es para desacreditarlos, para hablar desde una torre de marfil intelectual o moral, desde la posición privilegiada del iluminado, del ser racional inmune a este sarampión de la humanidad que debe ser superado y al que yo soy inmune.
Creo que la comunidad, el sentido religioso y las emociones de pertenencia y amor por el propio grupo y su cultura son parte de nuestra naturaleza, elementos que hay que describir adecuadamente y no apresurarse a desestimar o despreciar como propios de gente burda, primitiva o menos evolucionada moralmente.