Principios para una conversación racional

La racionalidad es una condición  indispensable para las conversaciones en  que las cuestiones de hecho son importantes. Cuando se debaten cuestiones de hecho, es esencial que nuestros métodos de optimización de creencias (racionalidad teórica) sean los mejores posibles y produzcan las creencias más cercanas a la realidad objetiva.

En paralelo a la distinción de Kant entre razón teórica y práctica, Jesús Mosterín habla de  racionalidad  teórica y práctica (también llamada epistémica e instrumental) [1]

[…] La racionalidad teórica se puede decir más propiamente que regula nuestra aceptación de creencias más que nuestras creencias. La racionalidad práctica es la estrategia para vivir la mejor vida posible, logrando las metas más importantes y satisfaciendo las propias preferencias lo más posible.

Para el filósofo español,  razón y racionalidad son conceptos distintos; el primero es la facultad común a todos los seres humanos, las funciones cognitivas que hacen posible razonar y conocer el mundo; el segundo son los métodos de optimización de las creencias y de la acción. Según esta distinción, todos los seres humanos tenemos razón pero no todos racionalidad, es decir, no todos empleamos métodos de optimización de creencias y acción, o los empleamos en distintos grados.

La racionalidad práctica (métodos de optimización de la acción individual y colectiva) se beneficia de un sistema de creencias los más cercano posible a la realidad objetiva del mundo logrado a través de  la racionalidad teórica y  permite obtener los resultados mejores posibles de acuerdo a  las preferencias que tienen los sujetos racionales.

El proyecto de la Ilustración del siglo XVIII, la era de la razón o el siglo de las luces [2], era  principalmente  un proyecto de racionalidad en el que se perseguía que el sistema de  creencias estuviera basado en la coherencia lógica y la evidencia empírica, en vez del poder de la autoridad, fuera esta la del monarca absoluto o la  eclesiástica. De esta racionalidad teórica y unos ciertos valores éticos y preferencias  se nutrió la racionalidad práctica y se derivaron innovaciones  políticas y sociales tales como el estado constitucional,  la democracia y la tolerancia con las minorías.

La razón ilustrada es una idea reguladora de la inteligencia, de las facultades cognitivas del ser humano , es un proyecto en construcción que no acaba nunca,  que ha de perseguirse todos los días y en todos los asuntos, no es un producto acabado.

En ciencia buscamos la aproximación continua a la verdad, como si fuera un límite asintótico al que nos podemos acercar más y más pero sin nunca tocarlo —o solo tocarlo en el infinito—.  En los asuntos personales y sociales, también buscamos el acercamiento al mayor bien individual y colectivo posible con los recursos disponibles.

El proyecto de racionalidad  se convierte en racionalidad práctica y por tanto en acción comparativamente óptima  cuando  va de la mano de  las virtudes intelectuales de emoción, pensamiento y acción que lo hacen posible.

Las conversaciones, especialmente las conversaciones en las que se debaten cuestiones de hecho, han de ser guiadas por principios de racionalidad encarnados (o más bien espiritualizados) en virtudes intelectuales.

Uno de los filósofos más importantes del siglo XX, Karl Popper, escribió en un 1981 [3] una serie de doce principios para la ética profesional de los intelectuales. Esos principios son extrapolables a cualquier sujeto racional, no son exclusivos, ni mucho menos, del intelectual profesional, el académico o el hombre de ciencia. Es más, sería un gigantesco paso (a la vez que desconocido) si estos principios permearan más allá de la actividad académica profesional hacia los espacios de debate social, políticos, organizativos y personales.

Transcribo estos doce principios para una nueva ética profesionl del intelectual , las negritas son mías.

  1. Nuestro saber conjetural objetivo va siempre más lejos del que una persona puede dominar. Por eso no hay ninguna autoridad. Esto rige también dentro de las especialidades.

  2. Es imposible evitar todo error o incluso tan sólo todo error en sí evitable. Los errores son continuamente cometidos por todos los científicos. La vieja idea de que se pueden evitar los errores, y de que por eso se está obligado a evitarlos, debe ser revisada: ella misma es errónea.

  3. Naturalmente sigue siendo tarea nuestra evitar errores en lo posible. Pero precisamente, para evitarlos, debemos ante todo tener bien claro cuán difícil es evitarlos y que nadie lo consigue completamente. Tampoco lo consiguen los científicos creadores, los cuales se dejan llevar de su intuición: la intuición también nos puede conducir al error.

  4. También es nuestras teorías mejor corroboradas pueden ocultarse errores, y es tarea específica de los’ científicos el buscarlos. La constatación de que una teoría bien corroborada o un proceder práctico muy empleado es falible puede ser un importante descubrimiento.

  5. Debemos, por tanto, modificar nuestra posición ante nuestros errores. Es aquí donde debe comenzar nuestra reforma ético-práctica. Pues la vieja posición ético-profesional lleva a encubrir nuestros errores, a ocultarlos, y así a olvidarlos tan rápidamente como sea posible.

  6. El nuevo principio fundamental es que nosotros, para aprender a evitar en lo posible errores, debemos precisamente aprender de nuestros errores. Encubrir errores es, por tanto, el mayor pecado intelectual.

  7. Debemos, por eso, esperar siempre ansiosamente nuestros errores. Si los encontramos, debemos grabarlos en la memoria: analizarlos por todos lados para llegar a su causa.

  8. La postura autocrítica y la sinceridad se toman, en esta medida, deber.

  9. Porque debemos aprender de nuestros errores, por eso debemos también aprender a aceptar agradecidos el que otros nos hagan conscientes de ellos. Si hacemos conscientes a los otros de sus errores, entonces debemos acordamos siempre de que nosotros mismos hemos cometido, como ellos, errores parecidos. Y debemos acordamos de que los más grandes científicos han cometido errores. Con toda seguridad no afirmo que nuestros errores sean habitualmente perdonables: no debemos disminuir nuestra atención. Pero es humanamente inevitable cometer  errores.

  1. Debemos tener bien claro que necesitamos a otras personas para el descubrimiento y corrección de errores (y ellas a nosotros); especialmente personas que han crecido con otras ideas en otra atmósfera. También esto conduce a la tolerancia.

  2. Debemos aprender que la autocrítica es la mejor crítica; pero que la crítica por medio de otros es una necesidad. Es casi tan buena como la autocrítica.

  3. La crítica racional debe ser siempre específica: debe ofrecer fundamentos específicos de por qué parecen ser falsas afirmaciones específicas, hipótesis específicas o argumentos específicos no válidos. Debe ser guiada por la idea de acercarse en lo posible a la verdad objetiva. Debe, en este sentido, ser impersonal.

Como síntesis, son una excelente guía para cualquier tipo de debate racional, nos pueden ayudar a construir mejores estrategias de optimización de creencias y de acción personal y colectiva.  Están muy unidos a sus ideas sobre epistemología (teoría filosófica del conocimiento) y  se pueden condensar todavía más en estos tres principios, que son a la vez principios éticos y epistemológicos:

1) Principio de falabilidad. El error es inevitable. Yo puedo estar equivocado, tú puedes estar equivocado, las dos partes podemos estar equivocadas.

2) Principio de debate racional. Debemos criticar y poner a prueba nuestras teorías mediante argumentos racionales evitando el ataque personal (argumentos ad hominem y sus variantes).

3) Principio de aproximación a la verdad. Podemos acercarnos a la verdad mediante el debate racional y mejorar nuestro entendimiento.

El desafío para cualquier sujeto racional es grabar en el espíritu muy profundo estos principios y convertirlos en hábitos intelectuales y morales de pensamiento, emoción y acción que apliquemos consistentemente —con las inevitables recaídas y olvidos—  en nuestras conversaciones habituales.

Me gustaría saber si esta ética intelectual-profesional se puede entrenar y cómo hacerlo. ¿Alguna idea?

 

 

Referencias

[1]Racionalidad teórica y práctica

[2] Ilustración

[3]Extracto de la conferencia «Tolerancia y responsabilidad intelectual» pronunciada el 26 de mayo de 1981 en la Universidad de Tubinga, Alemania. Repetida el 16 de marzo del año 1982 en el Ciclo de Conversaciones sobre la Tolerancia en la Universidadde Viena, Austria.

 

Proyecto El perdido Arte de la Conversación:

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9 comentarios sobre “Principios para una conversación racional

  1. No sé si se puede entrenar…. supongo que sí. Estoy empezando a pensar que seguro que hay grupos por ahí para realizar conversaciones. Y si no los hay sería un buen método para hacerlo.

    Doy por sentado que realizar esta ética intelectual-profesional requiere estar interesado en ella y que no es fácil que tus amigos tengan el mismo interés en ello. A ello se añade el que –al menos en mi caso– no veo tan fácil mantener conversaciones «racionales» con amigos. Me gustaría saber de la experiencia u opinión de otras personas al respecto.

  2. Felices Presentes a todos, en especial al escritor, y a los que comentan en este bloog, sobre todo a Flames.
    Me gustó mucho este artículo. A cada uno de ellos lo leo o escucho varias veces, y cada vez estoy más atenta a mis conversaciones, intentando poner en práctica las buenas ideas que aquí se expone.
    He empezado varias veces a escribir en comentarios, algúnas experiencias recientes relacionadas con el tema y sus variantes, pero me enrollo demasiado, y pienso que son cosas, que si las escribiera, sería una mini novela.

    Gracias por ser y estar.

  3. Tomo nota de lo que habéis comentado. Y buscaré esa información. Yo también me analizo últimamente para mejorar en las conversaciones.

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