Revisión sexta misión del curso de perseverancia

 

El problema de ir demasiado deprisa es que no ves bien el paisaje. No es lo mismo un viaje en carruaje que uno en el AVE, aunque la ruta sea la misma. Lo mismo pasa con la vida, si corres demasiado, no te enteras de los lugares por los que has pasado, porque antes de que lo percibas ya estás en otro lugar con otras emociones.

Anca Balaj

La misión de esta semana fue practicar la lentitud deliberada. La lentitud no es un plato de gusto. Menos de gusto incluso que el no plato de nuestra próxima misión. La lentitud es un gusto adquirido.

Al menos una vez  cada día recordé y practiqué la reducción del ritmo. Aunque fuera una tramo de escalera o diez metros en mi paseo diario. La siguiente expresión ha estado en mi cabeza muchos días: “mente apresurada”. Mente apresurada.

 

Vísteme despacio que tengo prisa

Nuria, de Casa Tía Julia , nos proporciona en su blog una receta contra la prisa en boca de Carmen Martín Gaite.

[…] “Vísteme despacio, que voy deprisa”, dice un refrán español. Lo cual no quiere decir: “deja de vestirme: mándalo todo al diablo, porque al fin ya no llego a tiempo”. Sino todo lo contrario: “vísteme con atención, haciendo bien lo que haces, y no pienses en si vamos a llegar a tiempo o no”. Parece una paradoja aconsejar reposo, serenidad dentro de la misma prisa, y, sin embargo, es la única forma de darle batalla, la única solución. Y es posible aunque sea difícil.

O este otro:

[…] Se trata esencialmente de liberar nuestro pensamiento de la confusión que la prisa produce. Se puede dejar que la prisa invada nuestras piernas, nuestros brazos: que alcance a todos los miembros eficaces para servirla. En cambio, hay que poner a salvo nuestra mente, en cuyo terreno hace la prisa sus verdaderos y más lamentables perjuicios, ya que puede llegar a sustituir al pensamiento. Cuanta más prisa tenemos, menos nos damos cuenta de por qué la tenemos.

En el artículo, Recetas contra la prisa de Nuria podéis leer el fragmento entero.

Dice anónimo en los comentarios:

[…] En un entorno urbano habrán ritmos lentos y rápidos, al igual que en un entorno rural y, puede darse, que el ritmo urbano “lento” se corresponda con el “rápido” rural. Para mí, la dicotomía es: estresado /no estresado. O sea, que puedes mantener un ritmo “rápido” con toda la tranquilidad del mundo. ¿Os parece paradójico?

Creo que el apresuramiento es un fenómeno mental más que físico, pero intuyo que en la mayoría de nosotros la rapidez en el movimiento físico va unido al de la mente.

Eduardo Laporte, en su blog El náufrago digital  se hace eco en un artículo esta semana de esta-nuestra-de todos-necesidad de ir más despacio y lo relaciona con sus próximos proyectos creativos:

[…Iré más lento en mis próximos proyectos. Y la perspectiva me alegra, porque intuyo que los resultados pueden ser interesantes y porque al dilatar la permanencia en el proyecto se dilata también la sensación, balsámica, solemne, quijotesca, de estar en el mundo por algo, para algo.

¿Cómo parece el mundo cuando ralentizamos la mirada? (gracias, Antonio)

 

4 comentarios sobre “Revisión sexta misión del curso de perseverancia

  1. No ha sido fácil. Lo he intentado, he sido más lento pero luego he tenido que correr para llegar puntual. Lo que más me ha gustado es que he sido consciente de cuando iba iba lento y cuando aceleraba

  2. Esta consigna me ha servido para entrenar la autorregulación de mi «velocidad mental». Ayudado por una goma elástica, y de manera similar a como usamos la campana budista, cada tanto la goma me ha recordado que debía enviar un mensaje de alerta a mi cabeza a ver qué tal andaban las cosas por allí: ¿rápidas, lentas?

    Con cierta frecuencia, me he sorprendido que estaba en una dinámica que proponía acelerar y acelerar. De manera sutil —otras grosera—, pero insistente. Así que la llamada de control me ha venido bien para ser consciente de que algo en mí me lleva de manera natural hacia ese vértigo. También para implementar algún mecanismo que me permita, a continuación, bajar un poco las revoluciones.

    Básicamente, he hecho tres cosas para poner un palo en las ruedas de mi tendencia a acelerar. La primera era respirar 3 veces. Si me descubría intentando hacerme trampas, es decir, respirando deprisa y diciendo cosas como «bah, no es para tanto; esto lo tengo bajo control» y mentirijillas similares, entonces he parado en seco y he tratado de hacer algo en modo «deliberadamente lento». Por ejemplo, unas rotaciones de cuello o algún ejercicio para la espalda. Lo que fuera, pero a una velocidad ostensiblemente más lenta.

    Eso si estaba trabajando. Si estaba en cualquier otra circunstancia, me he puesto en modo ultralento para hacer lo primero que tuviera a mano: abrir una puerta, caminar por la calle, hablar con alguien, lavarme los dientes… Ídem: lo que fuera, pero a otra velocidad, a una velocidad mucho menor.

    La experiencia me ha hecho ver de qué manera tan sutil y a la vez tan tonta a veces voy perdiendo foco sobre el trabajo que estoy realizando. Allá arriba, en la cabeza, se ve que se cuecen cosas de las que no soy del todo consciente y que a veces me hacen procrastinar, pero otras correr a lo loco… A la vez, el trabajo de esta semana me ha hecho ver que tengo herramientas para salirme de ese ritmo y buscar uno más adecuado (no necesariamente ultralento, sino más acorde a la tarea con la que estuviera).

    Hasta aquí el informe. 😉

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