Escribía Montaigne, recogiendo el tema clásico del Memento Mori («Recuerda que vas a morir»), que debíamos vivir con una ventana mirando al cementerio.
La muerte, con su promesa segura de finitud, convierte el tiempo vivido en un bien escaso y eso, subjetivamente, convierte a la vida en algo más valioso. La cercanía a la muerte o la amenaza a la vida, un susto existencial, aumentan la perspectiva y también la intensidad derivada de la conciencia de nuestra vulnerabilidad.
El Dr. Johnson escribió: «Cuando un hombre sabe que va a ser ahorcado en quince días, concentra su mente maravillosamente.»
Es un lugar común decir que nuestras sociedades contemporáneas esconden la muerte y cualquier tema relacionado con la muerte, porque el enfrentamiento del hombre con su radical destino no es algo que venda o que pueda explotarse fácilmente desde el punto de vista comercial. Los cementerios alejados del centro de las ciudades, los tanatorios, los blancos y asépticos hospitales, las promesas transhumanistas de vida ilimitada, son todos exponentes de este intento de exorcizar la visión de la muerte.

En situaciones dramáticas a las que acabas sobreviviendo, se abre una ventana de oportunidad en la que puedes considerar tus decisiones vitales y el curso de tu vida para así re-priorizar tus acciones y sus metas.
Pero hay un gran peligro, que, pasado el susto, retomes los viejos modos de existir: cuando la espada de Damocles deja de pender sobre el cuello, o al menos pende a una mayor distancia, es muy fácil volver a la condición anterior, al modo habitual de hacer las cosas.
Por eso hemos de recordarnos continuamente nuestra finitud, pero no para enviar a todos nuestros jugadores, incluso al portero, a rematar al campo contrario, intentando remontar el partido en tiempo de descuento; es mejor aprovechar la oportunidad para recordar que el propósito en la vida, nuestra misión en la vida, tiene menos que ver con nuestra pequeña felicidad o pequeños deseos que con la manera en que nos relacionamos con el mundo y lo absoluto, con algo que va más allá de nosotros mismos: nuestra pequeña aportación a un fin más grande.
En términos de teoría de juegos filosófica, deberíamos pensar más en juegos infinitos: los que continuarán sin nosotros cuando no estemos.
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