Cuando la universidad de Wisconsin-Madison me ofreció dar el discurso de graduación del 2015, no pude menos que sonreír. Llevo toda una vida escuchando en la radio o leyendo en los periódicos que tal o cual estudio sobre moscas de la fruta y la depresión estacional, o sobre el número de sujetador en proporción al coeficiente intelectual femenino, o sobre la relación entre el número de fantasías sexuales y el consumo de brócoli, etc., tiene su origen… ¿dónde? Aquí , en Wisconsin, en vuestra Alma Mater.
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Me dije «Al fin podré conocer en persona a esta universidad origen de tantos estudios rocambolescos y a sus —con toda seguridad— excéntricos investigadores». Así que estoy muy agradecido al decano James Parker y a su deliciosa esposa, y a todo el claustro universitario por invitarme y ser los perfectos anfitriones.
A diferencia de Bill Gates, el finado Steve Jobs, Neil Gaiman, Oprah Winfrey, el atormentado (y también finado) David Foster Wallace, o el simpático y dicharachero y excesivo Jim Carrey, creo que no tengo mucho que aportar, no tengo fama, ni escándalos conocidos, ni salgo en las páginas de la revista Time, ni tengo muchos millones o me relacionan con artistas famosas. Soy un hombre mínimo. Mi vida es mínima. Mis consejos, que es lo que se espera de mí en una ocasión como esta, también serán mínimos.
Tampoco tengo chistes, lamento decepcionaros. Parece que siempre hay que contar un chiste. No tengo chistes. Ya podéis frotaros la nariz para excitaros.
Dejadme explicaros qué es lo que quiero decir con lo de mínimo.
Se supone que ahora tendría que contaros una historia de mi infancia, o de mis difíciles comienzos. No tengo comienzos difíciles; y si los tuviera, me temo que no podría explicaros cómo me levanté sobre mí mismo, renací de mis cenizas y me elevé al cielo. Tampoco tengo una historia humana de superación que pueda llevarse a las pantallas y ganar un Óscar.
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Sé que aquí en los Estados Unidos amáis las historias heroicas de superación personal. Y yo admiro a este país por tener estas historias y vivir de acuerdo a ellas. Yo vengo de un viejo continente, Europa, de donde muchos de vuestros ancestros proceden, pero quizá por ser un continente viejo el pensamiento es viejo y sus gentes están de vuelta, muchos sin haber ido a ninguna parte. En las universidades que conozco, allá en el antiguo continente, se reirían de vuestro optimismo, de vuestra alegría y vuestra ilusoria fe en el porvenir. Sin embargo, las historias son las que nos hacen vivir y aquí va la primera.
Érase una vez un alma sencilla que no tenía mucho que decir y que salió de su madriguera. Miró fuera y vio que todos eran mejores que él. No sabía que camino elegir… ¿Okei?
Hummm… Hasta aquí es abstracto y un poco aburrido.
Cambiemos.
Estoy sentado en una mesa, y en la esquina de la mesa hay una mota de polvo. Y en la mota de polvo refulge como un hilo de oro el sol de la mañana. Tiro del hilo y tiro del hilo un poco más, y de ese hilo surgen más hilos, un haz de hilos, beso una de las hebras y me hago un anillo de luz solar que envuelve mi dedo anular…
¿Os convence? ¿Ya estás bostezando, tú? ¿El judío con gafas de la cuarta fila? Mal vamos. La pecosa pelirroja de la primera, ¿por qué me miras con cara de cordera degollada…
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La cuestión es que tampoco tengo ni idea de si esa idea va a llegar a ninguna parte, y la historia o el cuento me empieza a aburrir sin casi haber empezado.
Empiezo otra historia. ¿Por qué no sigo alguna de las dos anteriores? Porque no me place. No veo futuro a estas líneas argumentales, como seguramente a algunos de vosotros os ocurre si miráis vuestras vidas hacia delante.
Cambiemos de tiempo y espacio. Ahora soy un bufón. El bufón de la corte. Hay un rey, hay unos cortesanos, y yo estoy agitando mi gorro de cascabeles. La gente se está aburriendo, el Rey se está aburriendo, y el Chambelán pide mi presencia: «Haz algo». «¿Qué puedo hacer? No sé hacer muecas…» «¿Por qué no das una voltereta o haces alguna gracia, algún chiste?». «No soy acróbata, temo partirme el cuello». «¡Venga, hijoeputa! Sal ahí, alegra la fiesta o te corto los cojones».
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No tengo opción. Salgo al patio dando grititos, uhhhh, uhhhhhh, tampoco sé lo que voy a decir pero grito para ver si la garganta se calienta y hay algo que decir, me estoy jugando los testículos…
Bien, ¿qué os parece esta tercera historia?
¿Mejor? ¿Más divertida? ¿Pelín grosera? ¿Al menos hay alguien de carne y güeso? Un bufón, un chambelán, una situación, alguien que tiene miedo, sonoridad (uhhh, uhhh). Es un avance frente a los hilos de oro y el tipo que sale de la madriguera.
Bien, lo anterior, los tres inicios de historia, sirven para extraer una primera lección. La lección sobre los inicios en falso. Que son los más verdaderos. Cuando escribía este discurso, no se me ocurría nada, como os dije antes, soy Mínimo, mi inteligencia es mínima y mi creatividad siempre la he considerado mínima. Tengo el problema de la abstracción, de la excesiva generalidad y de que me aburro con los detalles. Y además, no me gustan las historias, no sé crearlas, me parece que ya todo está contado y ya está todo dicho. Con estos mimbres, te puedes imaginar que no voy a resultar el mejor contador de historias de la historia.
Pero, maravilla de maravillas, todo lo grande tiene inicios pequeños, y de esas tres … semillas, vamos a llamarlas así, puede tirarse del hilo y ver lo que surge. A ver dónde me llevan. El error sería pensar que porque tienes tres historias sin futuro tienes tres mierdas. A mí me lo parecían nada más expulsarlas, pero aquí es donde surge la chispa. Mi primer consejo: “todo primer paso es tentativo, provisional y seminal”. De los primeros pasos puede surgir un resplandor.
Tenemos por tanto un haz de oro, un bufón de la corte y alguien que sale de la madriguera. Voy a mezclarlos. Eran tres inicios en falso, bastante anodinos cada uno de ellos, pero si los combino puede disolver parte del tedio que me estaban causando.
[DD: me estoy animando. Tengo que contaros que cuando llegué a este punto del discurso (1.078 palabras) me dije: vaya, qué bien, estoy al 40% casi, quiero quince minutos de hablar, y eso son unas 2700 palabras, y ya tengo todas estas…]

Vamos a dar un motivo al bufón, alqo que le haga moverse.
….El bufón está en un armario y acaba de salir de él, porque dentro hay tanto m… dentro que no puede seguir viviendo.
El bufón está en medio del salón de la corte, y tiene que luchar por su vida (o por sus pelotas, sus ”balls”, que diríais aquí en Wisconsin), no se lo ocurre nada, su ingenio es mínimo, como el mío, pero se percata de un haz de luz que se “inmiscuye” (y sé que esta no es la palabra, pero no queremos perfección cuando solo estamos jugando) por uno de los ventanucos o tragaluces en la cara oeste del Salón Real.
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Ve a la gente bebiendo y riendo y tiene que llamar la atención. El Chambelán le vigila de lejos. Tiene que pensar con sus pies. Tiene que hacer/decir/contar/pirutear/ algo para llamar la atención, así que piensa que lo mejor es hacer algo rápido. Se quita el gorro verde de campanillas, lo tira sobre el plato del Rey: si llama la atención del monarca, captará gran parte de las miradas que se posan sobre el macho alfa. El gorro ha caído en el plato de alubias. La cara de pasmo, no le ha gustado…. Bien, le ha cogido por sorpresa, mejor herido que dormido.
Tiene que seguir. Ahora tiene que crear una incógnita. Se quita los pantalones, los tira detrás de él sobre una de las cortesanas mientras baila al ritmo de una música imaginaria; la dama que ha recogido el pantalón tiene un rostro muy hermoso tras su máscara de baile; el bufón le dice «Te voy a dar lo tuyo… después… en los calzoncillos que me voy a quitar (y tú recoger) tengo apuntado el numero de mi celular, para que luego me llames» (es un bufón sudamericano, no español, por eso dice ‘celular’ en vez de ‘movil’ ), la señala con su dedo índice y guiña un ojo…

…Se quita la chaqueta, se quita los calcetines, se quita antes las botas, se me había olvidado… la gente se pone a reír… ¿qué carajo hace este tipo? Parece que se va a quedar desnudo…
Hago una pausa aquí. ¿Qué os parece hasta ahora? Tenemos a un bufón de la corte haciendo un striptease (creo que se dice así) y a punto de ser degollado por el Rey, que le mira con cara de odio por haberle arruinado el plato de frijoles.
Hay también un haz de oro que se cuela por una ventana alta del gran salón del palacio.
Y hay un bufón de la corte que ha salido del armario (la madriguera inicial se transforma en armario. Es mi cuento y puedo hacer lo que quiera).
Y salir del armario es como descubrir una parte negra y oscura de ti… (salir de la universidad es para vosotros abandonar la seguridad de la vida universitaria e ingresar en el mundo real, la vida de verdad, no la vida abuhardillada y acolchada hasta el techo que hasta ahora habéis estado viviendo).
Y la gente empieza a dar palmas, esperando que se quite los calzoncillos, que es lo único que le queda a estas alturas…
La segunda lección es esta: hay que poner la historia, tu historia, en movimiento, después de combinar lo que parecían humildes comienzos.
Para insuflarle algo de vida, proporcionas un motivo, un móvil, algo por lo que el personaje se mueve: una búsqueda, algo de lo que escapa (su segura muerte en este caso, si no alegra el cotarro), algo que quiere ganar (el amor de una enigmática cortesana, la que tiene los pantalones y el posible teléfono escrito en los calzoncillos), aunque no sepas exactamente cómo vas a llegar, necesitas una dirección, la que sea, recuerda que estás perdido en medio de tu vida. Y que sin una meta, un móvil, un norte, un este o un oeste, cualquier cosa que hagas NO tiene sentido.
Cuando tienes un lugar al que ir, todo lo que haces de repente te acerca o aleja, y todos los sucesos de tu vida son interpretables como oportunidades para acercarte a esa visión, no importa lo borrosa que sea.
Sigo.
…El bufón que se ha quedado en calzoncillos en medio del salón real haciendo strip tease (o como se diga) la gente dando palmas, el Rey fastidiado porque tiene el gorro de campanillas en su plato de judías, un haz de oro que se cuela por uno de los tragaluces y el bufón que sabemos que ha salido del armario…
…El bufón ya no tiene más ideas, todo parece perdido; si se quita los calzoncillos en los que tiene escrito su número de teléfono y se los entrega a la cortesana a la que pretende, se queda desnudo, la gente se ríe de él, el Rey da por terminada la función y manda degollarlo o exiliarlo de por vida; tampoco sabe más pasos de baile.
El stripper sigue agitándose, intentando demorar como puede el final de la historia, la multitud enfervorecida grita «¡Que se los quite… que se los quiteeeee… » (los calzoncillos se entiende), el Monarca ya se está cansando, mira al Chambelán Real y se cruzan las miradas con un gesto de inteligencia como diciendo «Acaba con esto, córtale el cuello», se lleva el pulgar a la papada real y lo cruza de un lado a otro con gesto aburrido, «Esto no da para más », el bufón de la corte en calzoncillos advierte el gesto en medio de sus torpes movimientos en esta danza ridícula que amenaza con acabar mal y un escalofrío le recorre la columna vertebral. La enigmática dama anticipa lo peor para su abufonado caballero y teme que ya no podrá ser rescatada.
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El bufón tiene que pensar, una vez más, tiene que pensar con sus pies, y recuerda que en el armario del que salió (¡en mala hora!) había una patinete con ruedas de aluminio, corre hacia el armario, qué se aloja en una esquina del salón real, mientras hace como que sigue bailando; cimbrea las caderas, las lascivas damas al borde del desmayo, alcanza el armario (del que nunca debió salir), saca el patinete de ruedas metálicas, se sube a él como un indio americano a lomos de un corcel, toma con ambas manos los cuernos de la máquina y se desliza veloz hacia el otro lado de la estancia, los esbirros se dirigen a él, la dama cortesana tan atemorizada como enamorada ve como se acerca con ojos de pasmo, el bufón se para derrapando justo delante; le dice: «Bella dama, súbete a mi carroza, sujétate a mi cintura y no te separes por nada…», «¡Ya!, vamos, ¡no hay tiempo!, te haré la mujer más feliz del mundo…»
La dama se sube al caballo de aluminio, abraza al bufón de los calzoncillos, le susurra, «llévame muy lejos de aquí, valiente bufón, y seamos un solo cuerpo … un solo cuerpo enamorado».
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Los esbirros corren hacia ellos, mientras que otros soldados bloquean las puertas del salón real, el Monarca pide otro plato, esta vez de lentejas (si quieres las comes, y si no las dejas) , y exclama, «¡Acabad ya con esta farsa!». El resto de los cortesanos se ríe diabólicamente como romanos en el circo esperando ver perecer al cristiano y a la cristiana devorados por los leones. El patinete se desliza rápido, escapando de los sicarios, en dirección al haz de oro que se cuela por el gran tragaluz de la cara oeste y que muestra el polvo de la estancia, como miles de polillas granulares que revolotean en dirección al sol.
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La dama hechicera agarrada de la cintura del bufón en calzoncillos que conduce el patinete, las puertas del salón bloqueadas, el haz dorado discurriendo por el ojo de buey, el Rey empezando el plato de lentejas, los esbirros dispuestos a ejecutar al bufón, el público de cortesanos y curiosos deleitándose con el espectáculo…
El valiente suda la gota gorda, no hay salida… va a ser atrapado. La dama enigmática grita, «¡Dios mío, esto es el fin!», el caballero del patín replica «¡No hay fin si morimos juntos!»… y en ese justo momento, en esos segundos que parecen minutos, el bufón siente que hay escapatoria, se desliza unos pocos metros hasta donde el haz de luz choca contra el suelo y lo percibe como una rampa que le conduce hacia el cielo, la toma con frenesí y se impulsa con un poderoso golpe de pie una última vez con energía salvaje ( «Solo tú conoces el secreto de este desfile salvaje», aparecen estas palabras en su pantalla mental, como el parte meteorológico de un locutor de principios del siglo XX) y el patinete remonta la pista de luz a velocidad vertiginosa, la dama se agarra más fuerte al caballero y, ante la mirada atónita de esbirros, cortesanos y Rey, escapan a través del tragaluz circular del salón del palacio.
…
…
…
Aquí acaba la historia.
Por hoy.
Tomaos unos minutos para recuperaros.
Uffff. Cuando la contaba estaba perdiendo el aliento. Pero no podía parar.
La tercera lección es que siempre hay salida y ninguna historia acaba. Lo que he situado al final es un nuevo principio: es justo ahora cuando empieza la historia de amor del caballero y la hechicera cortesana de enigmática máscara. Cuando no veas la salida, cuando sientas que no hay futuro, siente que siempre hay una salida. Y si no la hay, te la inventas, porque surgirá de debajo de las piedras o de lo alto del cielo.
En el futuro, recientes graduados de la universidad de Wisconsin-Madison, os vais a sentir muchas veces como el bufón del patín y la dama de sonrosadas mejillas, os sentiréis ridículos, estúpidos, sin salida.
Estabais confortables en el armario, con vuestras vidas cómodas y familiares, con vuestros trabajos conocidos y vuestras rutinas. Y de repente, un día, el chambelán, el jefe, un antiguo amigo, una nueva amiga, harán saltar vuestras vidas en pedazos.
Y solo os quedará mantener la historia en movimiento, no podréis volver más al armario, no podréis contar chistes o cimbrear las caderas o hacer juegos malabares para contentar al Rey o la Reina o al monstruo de las galletas. Tendréis que tomar lo que tengáis a mano (un patinete o un carro de caballos, lo que sea), tendréis que encontrar aliados o buscar nuevos amores y salir en estampida después de haber explotado la bomba.
Quiero que sepáis que a pesar de estar yo aquí arriba, y vosotros ahí abajo escuchando mis palabras, yo no sé lo que es la vida: todavía soy un bufón aprendiendo a mantener el equilibrio y no caer al suelo.
Así que podéis olvidar todo lo que he dicho y no hacerme caso.
Pero también quiero que sepáis que algunas veces, debajo de los adoquines, escarbando, buscando y buscando, encontré la playa.
Gracias por invitarme. Mucha suerte en vuestras vidas.
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Un gran ejercicio de imaginación.
¡¡¡¡¡¡¡!!!!!!!!
No te metas con el histriónico Jim Carrey, que de mayor quiero ser como él.
Me habría gustado más verte en un estrado, hablando por micrófono, sin camiseta y con tu capa roja. Ahora dudo si de verdad estuviste en Wisconsin.
Quién sabe… Quizás algún día alguna universidad de prestigio te llame para dar un discurso de graduación. Si llega el caso, seguro que los alumnos sin duda lo recordarán para el resto de sus vidas.
Histriónico éste 🙂
Me he levantado esta mañana con esta genialidad de Jonah Hill en la cabeza y creo que tiene que ver con todas las veces que me he leído este post esta semana:
WOWWWWWWW! (Aplausos)
Homo Minimus, muchos de tus artículos (como éste) me hacen pensar en las explosiones de la película V de Vendetta, son como org_smos mentales… ¡Eres grande tío! (mínimamente grande) 😉