La perseverancia tiene muchas caras, pero en definitiva se trata de hacer lo que hay que hacer y hacerlo cuanto antes.
~ Herman
Como es usual, cuando llega el domingo siento deseos de procrastinar y dejar para mañana (el día más ocupado de la semana es mañana, como ya sabes) el trabajo de escribir la revisión de la práctica semanal de perseverancia.
En los domingos por la tarde la vida parece batirse en retirada, como los supervivientes de un ejército diezmado. Hoy es un día en el que me encuentro con menos energía y con un ánimo más abismal que de costumbre.
Estoy justificado ante el tribunal de mí mismo para dejar para mañana esta revisión de la práctica semanal. Las racionalizaciones siempre suenan muy convincentes: creemos con más facilidad lo que nos gusta creer. Y nada más placentero que pasar la factura del esfuerzo a tus yoes temporales futuros.
Pero me he pasado mucho tiempo postergando y poniendo mi vida a la espera. Es hora de remediarlo. Es hora de practicar la caridad con mi yo del lunes, que de otra manera tendría que cargar con una tarea más. Este artículo me va a llevar bastante más que dos minutos. El entrenamiento semanal de hacer cosas molestas o incómodas que deseo aplazar y que me van a llevar menos de dos minutos me ha permitido ampliar mi zona de tolerancia a la incomodidad. No soy un caballero jedi de la perseverancia. Pero estoy en camino.

Recuerdo el artículo de Babauta: «La zona de incomodidad, cómo dominar el universo». Yo quiero el superpoder de ser capaz de convivir con la incomodidad.
La regla de los dos minutos
La regla de los dos minutos se justifica en que cuesta menos hacer las cosas en el momento en el que surgen que clasificarlas o dejarlas para más adelante e introducirlas en nuestro sistema de organización de la acción.
No la aplico si estoy en medio de un pomodoro de trabajo intenso; se trata de que los miles de interrupciones importantes y baladís dejen de estrellarse como meteoritos en la superficie lunar de mi conciencia.
El pomodoro es la esfera protectora que me protege de los impactos internos y externos. Así que si en mi mente surge algún deseo de hacer algo o alguna preocupación que pueda convertirse en acción lo que hago es tomar nota de ella y afrontarla más adelante; con esto evito que siga revoloteando y se convierta en una U.P.A (unidad permanente de atención).
Pero si no estoy en medio de un pomodoro y surge una acción que he de hacer y que no va a llevar mucho tiempo (quizá dos minutos), la hago. La hago sin más. No la apunto, no la programo para otro día, no la dejo merodeando en mi memoria a corto plazo esperando mejor ocasión para ejecutarse.
Ejemplos
- Acabo de comer, dejo el plato en el fregadero -> Lo lavo
- Una llamada incómoda que no durará ni dos minutos -> La hago
- Doce mensajes nuevos en la bandeja de entrada de correo -> no los miro por encima para ver cuál llama mi atención y dejo el resto sin eliminar, clasificar o ejecutar. Al contrario, los leo secuencialmente y aplico la regla de la bandeja de entrada de correo virginal.
- Dos minutos de meditación que reafirman mi compromiso diario con la práctica porque hoy no puedo dedicarle más tiempo -> En vez de racionalizar y decirme que algo tan insignificante no puede tener valor, me siento y observo mi respiración durante dos minutos.
- Alguien escribe un comentario en el blog. Es interesante. Lo leo. Quiero responderlo, pero me entra la desgana, podría comentarlos todos juntos… mañana -> No me va a llevar ni dos minutos, respondo.
- Etc.
Me gusta esto de entrenarme para ser resolutivo; he sido un especialista en demorarme en tareas que podrían ser ejecutadas de manera más rápida (o en un mejor orden), y quiero romper con eso.
~ Tremendosky
Lo que me faltaba, Obi Wan: una recompensa externa y la tentación del camino del héroe… ¡La espada de Caballero Jedi! ¡No! ¡Yo quiero una! Es que siempre quise entrenar con el señor Miyaghi en ‘Karate Kid’, con Kaito en ‘Bola de dragón’ o con Yoda en ‘La Guerra de las Galaxias’; siempre quise hacer pruebas (aparentemente) absurdas y descubrir que bajo ellas latía un poder desconocido. ¡Que la Fueza nos acompañe!