Un asno hambriento y dos fardos de heno. Mismo color, mismo volumen, mismo olor, mismo potencial sabor, mismo brillo, a la exacta misma distancia.
El asno en cuestión es un asno racional: se guía por el principio de elegir siempre la opción que conduzca a obtener el mayor valor percibido.
–
–
El asno, incapaz de elegir entre dos bienes igualmente valiosos, se debate en la indecisión, y, si las circunstancias no cambian, será incapaz de dirigir sus pasos hacia el fardo de heno preferible, precisamente porque ninguno es preferido, no encuentra uno más atractivo que el otro.
Estamos ante un caso de simetría decisional.
El asno mira a un lado y a otro interminablemente, y no encuentra razón suficiente para dirigirse en una u otra dirección.
Pasa el tiempo y muere de inanición.
—
La paradoja del asno de Buridán toma su nombre de Jean Buridán, un escolástico francés del siglo XIV, discípulo de Guillermo de Ockham, el autor del principio de parsimonia o simplicidad en filosofía de la ciencia, y por tanto personaje ilustre en el panteón del minimalismo existencial.
La fábula del asno fue creada por los críticos de Buridán para ridiculizar su defensa simultánea del libre albedrío y el determinismo psicológico, fruto del ejercicio de la razón, que nos lleva siempre a elegir la mejor opción entre las posibles. El libre albedrío excluye el determinismo psicológico, pues si este fuera cierto, siempre elegiríamos la meta con mayor peso psicológico y no tendría sentido entonces hablar de libre albedrío.
Obviando las implicaciones metafísicas, podemos extraer otra lección de la fábula: el uso exclusivo de la razón puede llevar a la inacción y en casos extremos a la inanición. En casos menos dramáticos, por ejemplo si se trata de elegir entre dos citas posibles o dos trabajos igual de atractivos, podemos pasarnos el tiempo deshojando la margarita y perder la oportunidad de ambas citas o ambos trabajos.
—
Algunos autores toman la fábula del asno para justificar la fe o la intuición como criterios de decisión.
Un contraargumento a la crítica del uso exclusivo de la razón dice que el asno podría lanzar una moneda al aire y jugársela a cara o cruz con lo que el empate se resolvería: no tomar una decisión o diferir la decisión es en sí una decisión que, en ocasiones, puede ser la peor de todas.
Lo racional, por tanto, no sería esperar interminablemente a que una opción fuera mejor que la otra, la opción del azar sería en este caso extremo de simetría decisional lo racional.
Psicológicamente, el pálpito o el sentimiento intuitivo hacen las veces de la proverbial moneda lanzada al aire y nos permite seguir avanzando sin encenagarnos en la parálisis por el análisis.
Existencia buridaniana
Las decisiones cotidianas tienen mucho de buridanianas. Hay muchas más opciones que tiempo para considerarlas y compararlas. Nos encontramos con fardos de heno al alcance de la pezuña, a unos pocos metros a la redonda, igual de apetitosos.
Muchas veces, ni siquiera elegimos, esperando que ocurra algo que dirima el empate. No nos damos cuenta que mantener el statu quo por miedo a equivocarnos es en sí una decisión. Percibimos cada paso fuera de la situación actual como una pérdida: la pérdida de la opción que descartamos, tenemos miedo a no elegir lo mejor. Este es el origen de la tendencia a permanecer en el mismo lugar, esto convierte a la inercia en la segunda fuerza más poderosa del mundo. Los psicólogos cognitivos han bautizado a esta tendencia como sesgo de statu quo.
–
–
Hay otra posibilidad decisional muy común e incluso más grave: somos como asnos que en medio del camino hacia el fardo elegido (si es que vencimos la indecisión) seguimos mirando a los fardos descartados: cuanto más nos acercamos al elegido más apetitosos y brillantes nos parecen los demás y mayor es la tentación de volver sobre nuestros pasos y cambiar de meta.
—
Tenemos miedo de perdernos algo. La condición moderna es el miedo a perderse algo, a perder la ocasión, a perder el tren, que siempre nos hacen creer que será el último (ahora o nunca, últimos días de rebajas, compra que me lo quitan de las manos). Nos hemos convertido en maximizadores existenciales.
Los maximizadores extremos, los perfeccionistas sin fin, están siempre explorando sin acabar de comprometerse con nada y con nadie, nunca explotan a fondo ninguna posibilidad, ninguna conversación, ningún proyecto, ninguna relación. Se quedan en el andén viendo pasar trenes porque ninguno es digno de ellos o, peor, se montan en algún tren, pero siempre están mirando a través de la ventana del tren (léase: pantalla del smartphone) esperando uno mejor o anhelando la siguiente parada en la que puedan cambiar de tren y destino.
–
–
Nos hemos convertido en superficiales existenciales:
Los amigos pendientes del móvil en una cita o en una reunión. ¿Buscan una mejor opción que la persona o personas que tienen delante?
Los amigos que no quedan contigo hasta el último momento. ¿Están eternamente abiertos a una posibilidad mejor que reunirse contigo?
Los amigos que deliberan interminablemente sobre si quedar, dónde quedar y cómo quedar. ¿Buscan la mejor oferta?
Los amigos que cancelan la cita quince minutos antes de la hora con algún pretexto más o menos peregrino, más o menos convincente. ¿Una oferta de última hora en la puja de las relaciones personales que no pudieron rechazar?
Los amigos que no están cuando están. Presente en cuerpo pero ausentes en espíritu. Son como jugadores de videojuego que solo se manifiestan a través de un avatar que en cualquier momento puede vaporizarse. ¿Siempre puede surgir una mejor opción si tienes el teléfono abierto?
Los amigos (?)…
–
—
La publicidad, la mercadotecnia, parten de la base de que somos asnos: nos ponen zanahorias motivacionales a un metro o menos, más cerca que los fardos de heno, y nos pide que demos un paso rápido y sencillo. Cuando damos el paso y hemos aligerado el bolsillo se nos ofrece una mejor zanahoria que vuelve insatisfactoria la recién adquirida. Los psicólogos llaman a esto adaptación hedónica; los budistas, duhkha; los que creen estar de vuelta de todo, tedio.
–
–
Es una condición existencial, no generada por la sociedad de consumo, pero sí agravada por un determinado tipo de consumo.
Si caemos en la trampa consumista, que siempre privilegia lo más fácil y lo más rápido, viviremos a merced de los impactos publicitarios, de la influencia directa e intensa que las mentes más brillantes del mundo y nuestro grupo social de referencia ejerce sobre nosotros a través de los medios de comunicación y redes sociales.
Las zanahorias y fardos de heno de la publicidad y la imitación social son invariablemente los más fáciles y los más insatisfactorios. Hay una ley psicológica que siempre se cumple: cuanto más insatisfactorio es un estímulo, más hemos de aumentar su intensidad y variedad.
Los fardos distantes, aquellos que nadie se molesta en publicitar o de los que no se puede obtener resultado monetario inmediato, apenas aparecen en nuestra conciencia. El tráfago del día a día, de la publicidad y de la influencia de nuestro entorno social impiden que los percibamos.
Invariablemente los fardos más distantes son mejores y más satisfactorios que los fardos de las distancias cortas, pero también el camino es más largo y más esforzado; ya lo dijo el poeta: «lo excelso es tan difícil como raro».
Una posible estrategia existencial
Elijamos un fardo, si es necesario al azar, y dirijámonos hacia él, podando las posibilidades u opciones alternativas.
Seamos asnos con visión a largo plazo, con mirada lejana, porque los mejores fardos están lejos. Los mejores son remotos, quizá inalcanzables; se llaman ideales.
–
––
Evitemos las zanahorias que nos ponen al alcance la boca pero que desaparecen sustituidas por otras o se alejan en cuanto damos un paso.
Seamos como un burro con anteojeras durante el camino hacia al siguiente fardo. No miremos a los lados ni atendamos a los cantos de sirena de las opciones descartadas.
–
–
En teoría, la teoría y la práctica deberían ser lo mismo; pero en la práctica, no lo son: en teoría, lo perfecto es lo mejor; en la práctica, lo perfecto es enemigo de lo bueno.
Basta con que el fardo elegido parezca suficientemente bueno, aunque no estemos seguros de que sea el mejor.
Sigamos por tanto una estrategia satisfaciente (satisfactoria y suficiente) y renunciemos a la maximización o la optimización.
Si aspiramos a la perfección, debe ser la perfección del ideal, pero siempre consciente de que esa aspiración es un camino a largo plazo que se compone de pasos necesariamente imperfectos.
Comprometámonos con el fardo y tengamos en cuenta que muchas veces el camino es tan bueno o mejor que el destino (dicho de otro modo: encontraremos otros fardos en el camino hacia el fardo (=motivación intrínseca) que justificarán el camino con independencia de si alcanzamos la meta u objetivos concretos).
Una vez llegado al destino, disfrutemos del resultado, saboreemos el heno y aprendamos de la experiencia.
Completar el camino hacia un fardo de heno lejano, con el resultado deseado o no, nos pone en disposición de aspirar y acceder a nuevos y mejores fardos.
No decidirse ni comprometerse nunca del todo nos convierte en superficiales, dispersos y existencialmente fracasados.
–
Great!
Leo y releo y no puedo evitar preguntarme cómo es posible que hayas considerado abandonar este blog. Esto último sería algo así como estar con la vista en un fardo que alguna vez pudo existir pero que hoy ya no existe? Uf, parece grave.
Excelente el artículo, inspiradoras las reflexiones y divertidísimas las ilustraciones.
Gracias por tanta cordura, amigo HM.
Muy buen artículo.
No dejes este blog. Si no es por nosotros, hazlo por ti. Y respecto al artículo he de leerlo más despacio. Me fuerzas las neuronas jeje. Pero eso es bueno.
Enorme. «Miedo a no elegir lo mejor». Qué cierto…
Impresionante. Me encantó el artículo.