Curso de atención plena. Revisión quinta semana

No me cuesta nada empatizar con el sufrimiento de los demás, lo veo rapidísimo, puedo hasta llegar a sentirlo, pero ¿y el mío? El que llevo yo por dentro disfrazado entre pensamientos que me distraen de lo que realmente me pasa no lo veo tan claro. Me cuesta mucho reconocer emociones como miedo o tristeza, las aparto rápido y sigo (¡como las puertas!) Así que me estoy conectando mucho con mis propias emociones, no solo el sufrimiento, esta semana la rabia está muy muy presente…

–Ángela

Esta semana la consigna  del curso de atención plena ha sido «Observa el sufrimiento». Esta es una de las primeras prácticas que choca contra la doctrina del pensamiento positivo o de la positividad perpetua que encontramos en nuestra cultura y en la psicología popular. En unas pocas semanas más nos fijaremos  en las aversiones y los disgustos, en todas las variedades de la ansiedad e incluso en los pensamientos negativos. Esta práctica ha sido solo el aperitivo.

That not so little black cloud

El reflejo o comportamiento habitual ante los sentimientos, emociones y sensaciones  «negativos», como la tristeza, la desesperanza o cualquiera de las infinitas formas de dolor es casi siempre el mirar a otro lado,  distraernos,  cambiar el foco de atención, negar lo que estamos sintiendo o repetir afirmaciones positivas.

Lo más habitual es que el ritmo frenético de la vida cotidiana no nos permita pararnos y experimentar por completo ninguna de esas emociones. Tenemos que sufrir algún suceso traumático, quizá catastrófico, para permitirnos experimentar la tristeza en toda su plenitud; incluso resulta de mala educación si prolongamos el dolor o el luto más allá de lo estipulado por las reglas de la buenas costumbres. Sufre, pero que no se note mucho y pasa sobre tu dolor lo antes posible, no sea que me vaya a salpicar.

Los que tengan la desgracia de haber estudiado programación neuro-lingüística, seguido alguna escuela de pensamiento positivo o cualquiera de las técnicas de la psicología new age habrán también aprendido técnicas para sugestionarse sobre lo que están sintiendo y negarlo, transformarlo o sustituirlo por pensamientos y emociones más placenteras.

Algunos  creen que lo más adecuado es cuidar la autoestima o la confianza,  reconfigurar el sistema de creencias para no sentir lo que estan sintiendo; o peor, investigar las raíces autobiográficas del dolor, quizá retrotrayéndose a la infancia para dar con el origen del mal, del sufrimiento y con ello volver a sonreír y poder continuar con sus vidas.

La atención plena aconseja un enfoque radicalmente distinto: en vez de matar al mensajero de la emoción que nos trae malas noticias, darle la bienvenida, leer la carta  que nos trae, y asumir plenamente el mensaje, nos guste o no. Jamás matar al mensajero. Ofrécele un té y unas pastas y deja que se explaye sin interrumpirle.

Queremos experimentar  lo que está pasando aquí y ahora, y ese aquí y ahora implica también las emociones de tonalidad negativa.

Por qué resisitirse a las emociones es un esfuerzo inútil y contraproducente

Hay una ecuación afectiva que siempre hemos de recordar:

Dolor + Resistencia = Sufrimiento.

No podemos eludir el dolor en nuestras vidas. Cualquier ser vivo lo va a sentir necesariamente de muchas formas y con distintas intensidades. Forma parte del paisaje y negarlo es como arrancarnos los ojos para no ver. Lo que está en nuestras manos es nuestra reacción ante el dolor y la tristeza. El dolor es obligatorio, el sufrimiento añadido por nuestras mentes es opcional.

Paradójicamente, el esfuerzo por eliminar la tristeza y el dolor cuando se presenta es  un tiro que nos sale por la culata. Nos convertimos en las piezas blancas de una partida de ajedrez tratando de aniquilar a las piezas negras. El mismo esfuerzo de eliminar lo negativo crea en nuestras mentes un sistema de refuerzo de lo negativo. El foco de nuestra conciencia se estrecha hacia la emoción negativa y cuanto más la negamos, más rápido y con más fuerza aparece.  Estamos continuamente preguntando: «¿sigue ahí el dolor?», «¿Ha desaparecido ya?».

Intenta no pensar en un elefante rosa con pintas violetas. Venga. Intenta no pensar en un elefante rosa con pintas violetas haciendo funambulismo sobre un cable suspendido a veinte metros. Hazme caso. Te he dicho que no pienses en ese elefante rosa con un paraguas amarillo haciendo equilibrismo en la pista central del circo. Concéntrate. Inténtalo otra vez.

Bah. Nunca me haces caso.

La atención plena es una actitud de observación de nuestras experiencias sin juicios y con espíritu abierto, con una cierta curiosidad. Podemos experimentar nuestro dolor o tristeza sin derrumbarnos. Como no luchamos contra las emociones, no tenemos tampoco que explicarlas, remediarlas, eliminarlas, lamentarnos por ellas. Si son negativas, son como las nubes negras de una tormenta: están ahí, nos traen la lluvia, pero no son permanentes; hoy están aquí, y mañana no están. Las observamos con interés y curiosidad sin racionalizarlas y  explicarlas; tampoco nos culpamos o maldecimos por lo que estamos sintiendo.

Aceptar las emociones negativas no significa resignarnos y renunciar a atajar las causas del dolor, si es posible hacerlo. Solo significa que no rumiamos nuestras emociones, no las negamos, no las evitamos. Las tenemos en cuenta como un elemento más de nuestro bosque afectivo y no generamos una espiral de realimentación de pensamientos negativos sobre emociones negativas, ni de emociones negativas sobre esos pensamientos negativos.

Cuando uno se siente triste o con baja energía, por las razones que sea, es fácil que si dejamos a nuestro pensamiento intervenir, especular, atraigamos más emociones negativas y más pensamientos crepusculares; es como cuando volvemos a un escenario de la infancia que llevamos muchos años sin transitar: de repente los olores, la vista de los viejos lugares, el sonido de la voz de gente que hace mucho que no vemos nos trae a la memoria decenas de recuerdos que creíamos casi olvidados o con los que solo teníamos una relación intelectual lejana. Hemos activado regiones de la memoria relacionadas con ese paraje.

 Lo mismo ocurre con las emociones negativas; si dejamos que intervengan los pensamientos, si dejamos de centrarnos en la emoción, si nos resistimos a ella de mil maneras, lo más probable es que activemos episodios del pasado relacionados, heridas ya curadas que vuelven a doler, viejas inseguridades que parecían vencidas. Da lo mismo que ya todo ese dolor haya pasado, que ya no tengamos nada que temer, la mente no ve la diferencia entre una realidad pasada o sucesos que ya no pueden afectarnos y un dolor o un mal en el presente.

Esta espiral de emoción negativa -> rumia -> + emociones negativas está en el origen o agravamiento de enfermedades mentales como la depresión.

Atención plena y compasión

Pensar en el sufrimiento me hace más consciente del sufrimiento ajeno que del mío propio. Pienso más en los demás que en mí misma y me encanta. Dejar de mirar mi ombligo es una sensación fantástica que hace ya meses que trabajo y que aligera mis pensamientos egocéntricos.

–Mercè

Decía en la descripción de la práctica hace una semana que hacerte consciente del dolor y tristeza quizá también te haga más consciente del dolor y la tristeza en los otros. Si te permites tener emociones negativas y eres más sensible a ellas, es probable que aprendas a tolerarlas y detectarlas con más facilidad en otras personas.

Hay una relación directa entre la compasión con uno mismo y la compasión con los demás; si eres un intolerante dictador contigo y siempre estás juzgando lo que sientes es probable que hagas lo mismo con las debilidades de los demás. Una actitud benevolente interior se reflejará con el tiempo en más tolerancia y empatía externa. La autoconciencia no es condición necesaria para la empatía, pero adivino que contribuye a reforzarla.

 Estoy con Mercè, si rumio menos mis tristezas, les doy menos vueltas, tendré más espacio mental para detectar la de los demás y dejaré de mirarme tanto el ombligo.

Mirar al dolor a los ojos

 Trabajo en un instituto y, como suponéis, es un sitio donde se observa el sufrimiento sin tener que fijarte demasiado. Pero esta semana, al prestarle mi atención, he descubierto muchas formas en la que este se da. En especial he visto miedo, debilidad y agobio de personas buenas ante el acoso de compañeros. también he visto sentimientos de humillación, de frustración ante la idea de no comprender algo, y sobretodo, desgana. también he visto el sufrimiento mucho más escondido en esas personas que acosan a los demás. Aunque he tomado parte en la solución de estas situaciones, ha sido triste de observar. El sufrimiento encoge el alma de las personas.

–Soru

Hay un beneficio añadido en el dolor y la tristeza: contrastan con el placer y las pequeñas felicidades. Hacen que apreciemos y saboreemos más las pequeñas satisfacciones, que casi siempre están a nuestro alcance. En un fondo de dolor siempre puedes encontrar pequeñas alegrías por las que regocigarte, aunque sea la remisión del dolor. 

No diré que sea fácil mirar siempre a los ojos de la tristeza y el dolor, no es un hábito que se promueva o que nos hayan enseñado. Pero a pesar de no ser fácil, creo que es lo correcto. Los monstruos vistos a la luz del día pierden parte de su poder.

La próxima vez que mire la cara de la tristeza y el dolor, espero ser el último en pestañear.

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8 comentarios sobre “Curso de atención plena. Revisión quinta semana

  1. Vivir el dolor del ser amado y descubrir la evasión o el escape del propio a través de ayudarle. Reconocer el dolor en la esencia del deseo. Develar la tristeza como secundaria al miedo perpetuando ciclos de ansiedad y hastío. Ahí donde no hay pasión florece una maleza que anestesia… Cuánto podemos mirar si somos dolor.

  2. Maravillosa la revisión y muy útil! Para mi es importante la compasión y el cómo la has introducido también. Desde ahí consigo relacionarme mejor, conmigo y con los demás. Saludos y feliz semana a todos…bien plantados!

  3. A estas alturas del curso, me encuentro luchando para que la riada (de la rutina diaria y mental) no me arrastre, aunque lo hace. Solo consigo hacer las practicas alguna vez en el día sobre todo en el trabajo. En la práctica de esta semana, que contar…. trabajo en una clínica con lo que conlleva ver sufrimiento y con lo que yo llamo mi cruz particular, que es la empatía callada, no puedo ver sufrir sin interiorizar, rumiar y sufrir…. siempre lo paso mal y no se que decir, para ayudar al otro, me bloqueo.
    Aun así espero con ansia que llegue la siguiente semana para intentarlo de nuevo, noto que me hace bien, aunque no lo consiga la mayoría de las veces.
    Gracias.

  4. Suscribo esa parte de la revisión que aconseja menos dureza con uno mismo como una vía para empatizar mejor con los demás. Si te autoexiges demasiado, terminas exigiendo tanto o más a los demás… Y que te juzgues con una dureza extrema, tanta que incluso nunca estés conforme contigo mismo, no te avala para repartir palos al prójimo. De algún modo, es dolor que engendra dolor.

    Mola más saber bajar el pistón, perdonarse a uno por no ser tan ‘brillante’ como le gustaría y, de paso, empatizar desde ahí con quienes le rodean. Y es que cuando la autoexigencia se convierte en intransigencia, mal asunto.

    Bien pensado, quizá tanta autoexigencia —laboral, social, emocional, etc.— no sea más que una manera de las muchas que tiene el ‘ombliguismo’, que diría Mercè, de hacernos compañía y aislarnos de los demás.

    PD. Sigo purgando mis fallos en el cuaderno con comentarios en el blog…

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