Haz un experimento. Ve por la mañana a la entrada de una escuela de primaria o infantil en cualquier lugar de España. ¿Cuál crees que es la despedida más frecuente cuando los padres dejan a sus niños en el colegio?
«Diviértete» o quizá «Pásalo bien» o incluso «Sé feliz».
Todavía estoy esperando el día en que algún padre diga algo como: «Aprende algo», «Sé bueno», «Haz alguna buena pregunta», «Respeta a tu maestro y tus compañeros». O, Dios no quiera: «trabaja y esfuérzate mucho».
El sé feliz como imperativo categórico. Lo importante es que se lo pasen bien, el yo inmaduro, impresionable, desnortado, del niño como brújula vital. Un manojo de pulsiones centradas en el ombligo.
Los profesores casi te piden disculpas si se atreven a poner algún tipo de tarea o deberes para casa a tus hijos. La voluntad es fascista, los deberes alienantes, la responsabilidad un engaño para someter a los más humildes.
Como dice el filósofo Gregorio Luri: la escuela no es un parque de atracciones.
Como dijo John Stuart Mill de Sócrates, los cerdos, los hombres y los locos:
Es mejor ser un hombre insatisfecho que un cerdo satisfecho; es mejor ser un Sócrates insatisfecho que un loco satisfecho.
Adelante diez o quince años, y tienes seres frágiles, grandes como castillos, endebles en conocimiento y espíritu, incapaces de tolerar la frustración y que encuentran en ideologías progres la solución a sus problemas. La sociedad es la culpable, no es esto lo que me contaron, yo merezco ser feliz.
Tú no mereces nada, alma de cántaro, personita de pitiminí, el mundo no te debe nada, el mundo estaba antes que tú.
En el colegio de Hansel y Gretel habita una terrible bruja. Con el señuelo de la diversión, las piruletas y la felicidad, convertirá a tus hijos en esclavos de sí mismos, carne de cañón de los políticos, eternos frustrados hasta el final de sus días.
Descansa en paz… y felicidad.

