El minimalismo existencial se refiere menos a reducir la cantidad de calcetines en los cajones que a reducir la cantidad de ilusiones, en especial las que tenemos sobre la bondad o maldad de las personas, la capacidad reveladora de sus máscaras, y la profundidad o amplitud de nuestro conocimiento.
–Sensei Mínimus
Un juego de conocimiento e ilusiones
Imagina que una rubia tonta, un mecánico, un ingeniero industrial y un físico de partículas entran a un taller de reparación de automóviles. No, no es el comienzo de un mal chiste, es el escenario de una elucubración filosófico-burlesca donde la profundidad del conocimiento se compara con un juego de muñecas rusas. Cada capa contiene una versión de la comprensión humana, cada una más refinada que la anterior, hasta que la verdad final y más elusiva se asienta en la cima.
Pero… ¿Y si la idea misma de esta jerarquía fuera una farsa? ¿Y si, como en un esquema piramidal, la promesa de un conocimiento más profundo solo ocultara un vacío siempre a punto de desmoronarse, y, en realidad, todos estuviéramos simplemente tratando de mantener el equilibrio sobre la arena movediza de lo que creemos saber, de lo que creemos que vale la pena?
En la cima de la pirámide, el físico mira hacia abajo. En el medio, el ingeniero mantiene su posición. Debajo de ellos, el mecánico carga con el peso del mundo práctico. Y en la base, la rubia flota, sin esfuerzo, inconsciente de que hay algo más que saber.
Así que, sumerjámonos. Bajo la superficie de estos personajes yace algo mucho más interesante que la mera apariencia. Se trata de la ilusión del conocimiento y la pregunta axiológica: ¿quién vale más y quién vale menos?, junto con las preguntas epistemológicas: ¿qué podemos conocer, en qué sentido conocemos algo y qué jerarquía evaluativa puede establecerse sobre los grados de conocimiento?
La rubia tonta – Perfectamente superficial
Es hermosa. Impresionante, incluso, de la manera que solo un filtro de Instagram puede capturar verdaderamente. Su coche es tan impecable como su manicura, puede que lo haya alquilado o sea prestado, ciertamente no lo ha pagado por completo. ¿El motor hace un ruido extraño? No importa. Está demasiado ocupada mirando su reflejo en el espejo lateral para notarlo. El coche tiene asientos de cuero, así que eso es todo lo que importa. Constantemente revisa su teléfono, se ajusta su perfecto peinado, y envía selfis desde el asiento del conductor como si estuviera posando para un spot publicitario.
Su mundo es una colección de momentos cuidadosamente planeados, cada uno más perfecto que el anterior. ¿Y bajo la superficie brillante? No sabe la diferencia entre un carburador y un cupcake, y francamente, no le importa. Vive en un mundo de líneas perfectamente rectas: sus cejas, su sonrisa y el camino por delante. Y eso es suficiente. O eso cree ella.
El mecánico, dentro de su mono azul, recorriéndola de arriba abajo, sabe más.
El mecánico – Repara cacharros, práctico como una navaja multiusos
El mecánico se apoya contra su caja de herramientas, dando una larga calada a su cigarrillo, sus ojos recorriendo a la rubia mientras ella llega. La típica muñeca, quizá no eslava, pero sí de garitos y restaurantes caros. Sonríe para sí mismo: hay cierto tipo de mujer que piensa que el coche es solo un símbolo de estatus, como un bolso o unos zapatos brillantes. El motor suena como un San Bernardo acatarrado, pero ¿lo nota ella? Por supuesto que no. A ella no le importa el motor. Solo le importa qué imagen proyecta dentro del buga.
Pero he aquí la cosa: a pesar de los ojos en blanco y el juicio silencioso, se encuentra pensando que tal vez, solo tal vez, ella tiene “algo”. Claro, es superficial. Pero no es estúpida. Conoce a las personas adecuadas, viste la ropa correcta, dice lo justo para hacer que la gente piense que sabe de qué está hablando. A su manera, es una especie de habilidad.
Pero, aun así, es un cliché andante. Cara bonita, decisiones tontas. Si tuviera la paciencia, tal vez le enseñaría un par de cosas, pero ¿quién tiene el tiempo? De todos modos, probablemente está fuera de su liga. No es su tipo.
El ingeniero – Busca el óptimo, pero olvida variables clave
Luego está el ingeniero industrial. Observa desde un lado, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Su mente está ocupada realizando una serie de cálculos sobre el sistema de escape del coche, el coeficiente de fricción de los neumáticos y la forma en que el motor debería teóricamente zumbar en perfecta armonía.
Y ahí está el mecánico, sudando, con los codos hundidos en aceite, arreglando algo que ni siquiera entiende.No puede evitar burlarse un poco. «Otro musculitos simplón con una llave inglesa». El ingeniero no puede evitar mirar con desdén al mecánico. El mecánico arregla cosas. El ingeniero las mejora.
¿El día del ingeniero? Bueno, es una sinfonía de precisión: hojas de cálculo impecables, líneas limpias en software CAD, un orden meticuloso en su mundo. Sus descansos para el café implican sorbos cuidadosamente medidos de espresso orgánico sin gluten de una mezcla de origen único, y pasa al menos treinta minutos discutiendo con las personas adecuadas en línea sobre las RPM óptimas para el ralentí de un motor.
Y luego está la rubia. La mira con el desapego clínico de alguien que examina un objeto en lugar de una persona. Interesante. Sus pensamientos vienen con una ligera pausa calculada. Ciertamente es atractiva. Echa un vistazo a su apariencia bien mantenida, las curvas sin esfuerzo, los… «atributos» vivaces. Levanta una ceja, asiente para sí mismo. «Posiblemente material para una cita, quizá para convertirla en mi esposa-trofeo, si yo puedo soportar su superficialidad, y, mi cartera, su tren de vida. Tal vez.»
El físico – Inmerso en su nube cuántica, asoma la cabeza cuando se acaba el papel higiénico
El físico se encuentra a unos metros de distancia, mirando hacia el horizonte, completamente desconectado del momento. Sus pensamientos no están en el coche, ni en la rubia, ni siquiera en las manos sudorosas y cubiertas de grasa del mecánico. No, su mente está en otra parte, flotando entre partículas y campos cuánticos, desentrañando los misterios del universo de una manera que ningún otro en el grupo podría entender.
Vagamente se percata de los demás. El vestido ajustado de la rubia llama su atención por un momento, pero no es un pensamiento que perdure. No le importan las apariencias; está más preocupado por la paradoja de la dualidad onda-partícula y por qué el universo parece tener sentido del humor sobre todo ello.
Una imperceptible y abstracta sonrisa parpadea en su rostro. ¿El ingeniero? Una mente capaz, seguramente, pero atada a áfanes tan mundanos… ¿El mecánico? Una criatura de hábitos, resolviendo problemas a medida que surgen, pero nunca preguntándose sobre la naturaleza más profunda de la realidad. ¿La rubia? No ve muchas como esta en sus clases, una remota promesa de felicidad no abstracta pero bien estructurada.
El físico casi se anima a decir algo, pero al final no lo hace, no cree que ninguna de estas otras personas pueda entenderle. Después de todo, ¿cómo le explicas a alguien que arreglar un coche, o entenderlo, resulta un poco… trivial, cuando todo el universo podría ser solo una broma cósmica?
El gran caleidoscopio
Ahí lo tienes. Cada hombre (y cada mujer) en su pequeño mundo, cada uno viendo a los demás a través del tamiz de su propia experiencia, o falta de ella. La rubia tonta, que es lista a su manera, felizmente inconsciente, existente en su perfección filtrada; los demás, listos o listillos, que miran por encima del hombro y del hombre (y la mujer) a los demás; pero definitivamente, sin excepción, tontos también a su manera.
El mecánico, práctico, pero no ciego a aspectos más sutiles de la naturaleza humana, ve el mundo como es, aunque a veces, en algún momento de debilidad no práctica, se pregunte por el porqué de las cosas. El ingeniero, con su mente bien ordenada, mira al mundo desde arriba e intenta arreglarlo, de cálculo en cálculo; algo tosco emocionalmente, pero sin gente como él no tendríamos máquinas que funcionan cada año de manera más eficiente. ¿El físico de partículas? Perdido en los pasadizos de su torre de marfil, sabiendo que todo es efímero, pero incapaz de evitar soñar. Siente de vez en cuando la pulsión gregaria de su naturaleza social, pero decide quedarse en la dimensión abstracta.
8.000 millones de seres humanos, todos en su particular mundo, con su particular perspectiva, intentando entenderse o ignorarse, generalmente sin éxito.
No, no es que no exista una realidad objetiva válida para todos, sino que esta realidad ha de pasar por el tamiz de cada uno para volverse significativa y activa en el pensamiento y en la acción. El significado, el sentido de la vida o del momento, no depende solo de los hechos en sí, también depende de la perspectiva desde la que miras y de lo que crees que puedes hacer con la materia bruta de los hechos. La comprensión de cada persona está moldeada por sus necesidades, su entorno, su historia y sus limitaciones.
Posdata
Cada uno de ellos desprecia al otro en algún aspecto: la rubia es solo una habitante de la superficie; el mecánico es un artesano sin refinar; el ingeniero, un optimizador de lo que a veces no importa; y el físico, un filósofo cósmico que no sabe cómo cambiar una rueda.
Pero al final, la rubia se queda con miles de me gusta(s), el mecánico arregla el coche, el ingeniero da con una patente y, el físico…, bueno, es probable que el físico todavía esté en el taller de reparación, preguntándose si todo este episodio fue solo una fluctuación cuántica y si la chica de verdad le guiñó el ojo.



