Una de las primeras experiencias interesantes que me proporcionó en Princeton este proyecto fue la de conocer a grandes hombres. Antes no había tenido ocasión de conocer a muchos. Pero había una comisión evaluadora, cuya función era la de ayudarnos a salir adelante, y en última instancia, concretar cuál sería el procedimiento a utilizar para la separación del uranio. Formaban parte de esta comisión hombres como Compton, y Tolman, y Smyth, y Urey, y Rabi, y Oppenheimer. Yo asistía a las sesiones, porque comprendía la teoría del funcionamiento de nuestro proceso de separación de isótopos, por lo que me hacían preguntas y tenía que hablar de él. A lo mejor, en una de estas reuniones, uno de los participantes defendía una opinión. Entonces Compton, por ejemplo, iba y exponía un punto de vista diferente. Esto debería ser así, decía, y desde luego tenía toda la razón. Y entonces otro añadía, bueno, quizá, pero tenemos que considerar en contra tal otra posibilidad.
Estaba claro que todos los reunidos en torno a la mesa tenían su opinión, y que no había acuerdo. Lo que más me sorprendía e inquietaba era que Compton no hacía hincapié en su tesis. Finalmente, Tolman, que era el presidente, iba y decía: «Bueno, oídos todos los razonamientos, me parece cierto que el de Compton ha sido el mejor, y ahora tenemos que proseguir».
Me resultaba muy chocante ver que una comisión de personas tan importantes pudiera presentar todo un montón de ideas, que a cada una de ellas pudiera ocurrírsele un nuevo aspecto, al tiempo que recordaba y tenía presente lo que habían dicho los demás, y que al final se pudiera llegar a concluir cuál de las ideas presentadas era la mejor —resumiéndolo todo— sin tener que repetir cada punto de vista tres veces por lo menos. Eran verdaderamente muy grandes hombres.
—Richard Feynman en ‘¿Está usted de broma, Sr. Feynman?’
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Me encanta la anécdota. Después de tantos años oyendo que la cualidad perfecta era ésta o la otra (empatía, inteligencia emocional, resiliencia, etc.) empiezo a pensar que la cualidad es saber escuchar. Y desde luego tomar decisiones acertadas en función de eso.
Me llama la atención de la anécdota que Compton tuviera razón y no defendiera su idea airadamente. Pero la clave es que Tolman supiera verlo y decidir en función de eso. Hay muchos entornos en los que las opiniones se exponen y al final se lleva el gato al agua el que la defiende más airadamente. Los entornos donde no hay un «control» de resultados, donde lo mejor y lo peor no existen acaban dominados por «bocachanclas» y «vendehumos».