Hay una idea que me ronda en los últimos tiempos (sí, ya te he fastidiado con estas divagaciones varias veces este año): no estoy siendo lo suficientemente arriesgado. No, peor, peor todavía: estoy teniendo miedo.
Tengo la meta de deleitarte como lector, pero cuanto más me aferro a esta meta, más paralizado me siento. Este miedo es tan grande que he terminado recurriendo a emplear refritos de artículos ya publicados en otros lugares (mea culpa), como si todo mi pasado de escritor fuera mejor y no fuera capaz de escribir(te) algo digno de leerse.
En Cartas a un joven bloguero aconsejaba al joven minimalista que escribiera como si nadie le fuera a leer —lo que en su caso era muy cierto, pues estaba empezando un blog-, así podría experimentar con mayor libertad y menos sensación de precipicio y liberar los jugos creativos.

Consejos vendo que para mí no tengo: es obvio que no me aplico mis recetas, y que ya hace mucho tiempo perdí la chispa —si es que alguna vez la tuve— y me lo pienso mucho antes de empezar a escribir —mucho más me lo pienso antes de enviarte un nuevo artículo—.
O sí, quizá sí aplico mis recetas, porque en una carta subsiguiente prescribía al joven bloguero lo contrario: que escribiera de tal modo que sintiera una punzada en el estómago antes de publicar un nuevo artículo, que el miedo escénico se apoderara de él antes de osar legar al mundo alguna de sus palabras, para que esas palabras legadas fueran dignas de ser dejadas en herencia.
Ya tengo otro nudo gordo (gordiano, dirían los clásicos): por un lado quiero ser espontáneo, ocurrente y juguetón, y por otro lado siento que el temor a defraudar(te) debería ser lo suficientemente fuerte como para obligarme a mantener altos mis estándares de calidad y no convertir este blog en lo que tanto odio: un blog ombliguista donde el autor fascinado con su personalidad e idiosincrasia solo busca la autoexpresión y el desahogo, y termina elevando a categoría transcendente cualquiera de sus banales experiencias y sus fugaces excrecencias semánticas.

O peor, podría terminar transformando este blog en uno de esos blogs clónicos e insulsos, casi higiénicos, con olor a invernadero, de mear y no echar gota, que tanto abundan y tanto aburren, llenos de listas de consejos tan bienintencionados como prescindibles:
He visto a las mejores mentes de mi generación arruinadas por los gurús de la productividad y las redes sociales al seguir los dictados de google analytics, la corrección política y la madre que los fundó. El día en que elija un titular basándome en los criterios de optimización de buscadores y escoja las palabras clave más convenientes para no despertar suspicacias os autorizo a que me busquéis por los barrios bajos de la ciudad y sin necesidad de optimizar vuestro revólver me descerrajéis cuatro tiros en un oscuro callejón y pongáis fin a mi miseria.
Por el momento (nueve años y sumando), he decidido no ganar dinero contigo vendiendo libritos de usar y tirar o recomendando libros o productos o haciendo marketing de afiliados o de cualquier otra manera legítima pero aburrida, porque siempre he creído que terminaría comprometiendo mi alma de bloguero minimalista y sometido al democrático veredicto del mercado. El foco en resultados monetarios terminaría erosionando mi honestidad intelectual y mi integridad de escritor y mi constante pero frágil deseo de aportar algo que no hayáis nunca visto.
Quizá esté equivocado y esta renuencia mía a ser un mesías de pago o para suscriptores solo sea una racionalización de otro de mis miedos: que verdaderamente no tenga nada que aportar. Si el precio al que vendo mi producto sigue siendo cero, la demanda no será infinita, tal como dicen los economistas, pero al menos no será cero y mi ego se mantendrá a flote.
Quizá esté equivocado y el vil metal podría proporcionarme alas que me obligaran a pensar en los deseos de quienes me leen y escribir algo de valor. Después de todo, Dostoievski, escribió Crimen y Castigo para pagar deudas de juego. Quién soy yo para criticar los motivos si estos conducen a valiosos resultados. Después de todo, quién soy yo para criticarme a mí mismo*.
Quizá esté equivocado y el vil bitcoin pudiera darme las alas financieras que, al bloguero minimalista más famoso y más calvo, Leo Babauta, le proporcionaron la motivación para escribir miles de artículos y varios libros, y en el camino alimentar a sus seis hijos (¿o ya son siete?).
—
Todo lo anterior es la descripción de mi nudo gordiano actual.
El hacha que corta este nudo y el gélido hielo de vuestra indiferencia está en el título de este artículo. **. Ciertamente, es perdonable tener miedo a perder, pero es intolerable tener miedo a jugar el juego.
—
* Frase acuñada por el genial Genio Rafael Sarmentero. ** Frase adaptada y robada a Franz Kafka. *** Hay otras frases en este articulo similarmente robadas y/o adaptadas, pero, como no son de amigos o creo que nadie se dará cuenta, no las atribuyo. **** Los buenos blogueros copian, Homo Mínimus roba [¿De quién es esta? Responde en los comentarios]